Recuerdo que aquel día era
especialmente desapacible, tanto que a las 6 de la tarde me encontraba aún
dormitando en mi cama, cuando de pronto sentí un tremendo frío. Prácticamente
las dos mantas que antes me arropan se habían deslizado hacia el suelo, quedándome
plenamente descubierto.
Aprovechando esta circunstancian
decidí levantarme para ir al servicio a orinar, al estar aún un poco adormilado
mientras me dirigía a cuarto de baño tropecé
con los cables de la lamparita de noche, tanto que esta cayó al suelo fundiendo
la bombilla y encontrándome de pronto completamente a oscuras y con fuerte
dolor en mi rodilla derecha provocado por mi caída.
Desde el suelo intenté encender
la luz del cuarto, cuando de pronto sentí que los cables del teléfono me rodeaban
el brazo, casi me impedían actuar con mi mano izquierda. Al momento y con un enorme tirón me desprendí de ellos y pude
llegar a alcanzar la llave de la luz de mi dormitorio.
Cuál sería mi sorpresa al
comprobar que los tirantes de mi persiana pretendían darme alcance. Aún no
sabía si estaba despierto o dormido, era todo tan absurdo que era difícil creer
que eso me estuviera ocurriendo a mí. De un salto me coloque en posición
vertical y salí disparado hacia al salón. Allí los cables de conexión del
ordenador, de la antena del televisor y de la estufa también pretendieron alcanzarme,
ahogarme con su fuerza sobre mi carganta, como pude logré alcanzar un cuchillo
que se encontraba en la mesa del salón, pues me había acostado sin recoger el
almuerzo y así pude romper sus atadura,
Salí despavorido hacia mi patio y
con toda mi fuerza comencé a gritar socorro. Mientras oía gritar decenas de
voces expresando lo mismo que yo, desde el cielo me llovió un enorme chapucero
de ropa proveniente de los tendederos de
los vecinos. La cuerdas de los tendederos se habían revelado y entrado por las
ventanas de los pisos pretendían atrapar ,para luego ahorcar , a sus dueños.
Mientras tanto el cielo tronaba
con una voz muy grave .Miré hacia este y
su color era extremadamente púrpura. Como pude salté la tapia que separaba mi
patio de la calle. Y ya en aquella enorme explanada, antes centro de los
chavales del barrio avisté la más espantosa visión. Personas, desde ancianos hasta
niños colgados desde los semáforos mientras los cables del alumbrado público
los iban poco poca ahorcando. Como pude intenté esquivar varios cables de la compañía
telefónica que a pesar de sus alegres colores que se dirigían a capturar mis pies.
Salté, rodé y creo que hasta volé para poder llegar a la cercana playa, casi no
lo pude lograr porque en el último momento un enorme cartel electoral con la
monstruosa imagen de la alcaldesa soltado con ímpetu por el cable que lo
sostenía estuvo a punto de golpearme en la cabeza, menos mal que una
desenterrada sombrilla playera arrancada de cualquier lugar se impuso en su
camino. Ya casi gateando, ya casi arrastrándome ya casi reptando cual larga
serpiente logré llegar a la orilla del
mar. Y allí cuantiosos y despojados ciudadanos
aparecían a salvo y tan atónitos como yo, mientras contemplaban ese extravagante y horrorifico espectáculo
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