
A mí las navidades nunca que han gustado, si había algo que la salvara, esa era la Nochevieja. Con su precipitación ante el reloj, la carcajada que te llevabas al ver a otro atragantarse con las uvas, o el popurrí de canciones rancias que se bailaba en todas las fiesta.
Recuerdo ahora una Nochevieja muy especial, cuando todo nos sorprendía y nos ilusionaba. Andaba yo por los 15 años y días antes el grupo de la pandilla de amigos nos afanábamos en encontrar un lugar para celebrar nuestra fiesta de fin de año. La cosa andaba difícil.
El familiar de un amigo nos ofreció una vieja casa abandonada. Estaba situada en un inmenso corralón. Como característica principal delante de la casa y en corralón había el resto de una cancela que suele rodear a una tumba. Pues no tuvimos mejor idea que crear una tumba y rodearla de la nombrada cancela. Ya de por si la fiesta sería original. Pero cual sería nuestra sorpresa al comprobar que la casa prestada no tenía ni luz, ni agua.
¿Cómo podríamos hacer unas fiestas sin estos necesarios elementos? La verdad es que el agua nos importaba poco, ya se sabe que en estos días lo que menos que se echa de menos es el insípido elemento. Para sustituirla ya habíamos conseguido un buen lote de bebidas embriagadoras.
Pero. ¿Y la luz? ¿Cómo nos iluminaríamos?.. La solución fue arcaica pero positiva. Toda la fiesta estaría iluminada por velas. ¿Y la música como la conseguiríamos? Afortunamente uno de nuestros amigos contaba con un tocadiscos que funcionaba a pilas. Aunque me pase más tiempo recorriéndome todas las tiendas del pueblo buscando velas o pilas, fue la Nochevieja más entrañable que puedo recordar.