bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

sábado, 31 de octubre de 2009

Líbranos,Señor, del maestro


En mis primeros años de EGB, el sábado por la mañana teníamos que ir a clase. He de reconocer que no se hacía gran cosa. Se leía un trozo del evangelio e inspirado en esto deberíamos realizar un dibujo.

La religión y el temor a Dios impregnaba cada minuto de la escuela. El lunes el maestro se dedicaba a averiguar que alumno había ido a misa el fin de semana pasado. Y como un fiel interrogador de las SS, iba preguntado alumno por alumno si habían asistido. Si alguno de estos mentía siempre había otro que lo delataba. Como verán existía un perfecto sistema de vigilancia en torno a la vida de unos pequeños críos.

A todo esto, me acuerdo una anécdota que me contó hace poco mi tío Adriano. Relataba que cuando era pequeño una tía suya le daba unas monedas si asistía a misa el domingo. Para averiguar si este había acudido le preguntaba de qué color llevaba el traje el cura en esa jornada. Como mi tío era más amante de calle y del viento libre que del olor a incienso, mi pariente le daba a otros niños alguna de las monedas para que le describiera como iba caracterizado el sacerdote y el dedicaba podría dedicar aquel tiempo a sus correrías de niños.

Como verán existía un espléndido sistema de coacción. Además gracias a esto, por lo menos en el caso de mi tío, se aprendía desde muy pronto a calcular el valor del dinero y también de la libertad.

Yo reconozco que en aquel tiempo en la escuela pasaba miedo en las aulas. Miedo a la palmeta de madera con que nos atizaba el maestro si no nos sabíamos la tabla del 8, a los tirones de oreja de este .Miedo a no saber ponerte en la fila del recreo adecuadamente mientras cantabas el himno de España con el brazo en alto. Miedo a las historias de la vida de los santos que nos relataban. Pánico hacia un Dios revanchista y obsesivo con las debilidades de los humanos.

Tanto miedo tenía que un día de estos uno de los maestro nos repartió unos libros de lecturas que pertenecían al colegio. Esto debíamos leerlos en clase durante varios minutos y devolverlos de nuevo a la estantería. Pues bien, aquel día me encontraba leyendo uno de esos cuentos tan impregnado de religiosidad, cuando de pronto me sobrevino una tremenda vomitona. Sin tiempo para reaccionar, vi como todos los restos de mi comida del medio día se depositaban sobre las páginas del libro.

Afortunadamente no me vio ningún otro compañero. Tanto miedo tenía al maestro que fui incapaz de comunicarle el suceso al enseñante.

Ya me imaginaba el terrible castigo que me caería por haber cometido este acto involuntario. Así que ni corto ni perezoso cerré el libro con la carga de mis restos de comida incluida, y lo deposité en la estantería.

A los pocos días de aquel suceso volvimos a la lectura. El maestro repartió de nuevos los libros. Y a aquel compañero que le tocó el libro que días anteriores yo había usado, pensó que dentro de él lo que contenía eran restos de flores secas.

viernes, 23 de octubre de 2009

la tienda


Mi padre en su juventud fue portero de futbol. No un portero aficionado que juega los sábados por la mañana, sino un profesional. Llegó a jugar en segunda división con el Extremadura de Almendralejo. ¿Pero que hace un portero de futbol cuando se retira? ¿A qué se puede dedicar?

Supongo que eso pensaría mi padre en aquellos momentos. No se le ocurrió mejor idea que montar una granja de gallinas y dedicarse a vender los huevos de estas por las calles de mi pueblo. En una moto se recorría el pueblo una y otra vez anunciando sus productos. Y como no se le daba mal eso de vender, decidió poner una tienda de comestible.

Bueno de comestible es un decir, porque allí aparte de los comestibles, vendíamos también colonias, y hasta unas bufandas de lana que hacía mi madre con unas agujas enormes.

Lo que más me gustaba de tener una tienda era ir a Sevilla a los almacenes a comprar todas las golosinas que luego presentábamos en nuestra tienda. Decenas de cajas de chicles, de gominolas y de todas las delicias que un niño puede soñar extendidas por enormes anaqueles.

Recuerdo como en aquellos tiempos regresábamos de la capital con nuestro flamante Renault 4L, repleto de cosas sabrosas. La tienda no le había ido mal del todo, y había podido cambiar su simple moto por un cochecito apañado.

De chuchería vendíamos bastante, sobre todo teniendo en cuenta que la tienda se encontraba situada justamente enfrente de un colegio. Eran las dos de la tarde y el establecimiento se veía inundado de una alegre algarabía de chiquillos. Mientras que yo, me sentía orgullo de ser el hijo del tendero, porque disfrutaba de las mejores estampitas de futbolistas.

Además de las pipas, los kikos y demás chuches, también vendíamos helado.

Yo ya tendría unos siete años cuando me rogó mi madre que despachara mi primer helado. En ese momento era una señora mayor la que demandaba tan golosa comida. Con total decisión me dirigí al cajón donde se encontraba los cucuruchos. La señora pedía el mayor. De vainilla lo requería. Abrí el tanque de los helados e hinqué mi eficaz instrumento de extraer bolas del delicioso elemento. Perfecto, una bola perfecta de vainilla incrustada sobre el sabroso cucurucho de galleta.

Lo peor sucedió cuando del gracioso aparato de expedí r las bolas, sobraron varios trozo del helado elemento. No sabía que se hacía con aquel exquisito manjar. Tilarlo me parecía un desperdicio enorme. Y para que la graciosa cuchara redonda quedara en su mayor pulcritud de limpieza, no decidí otra cosa que pegarle un enorme lametón. ¡Y eso que la vainilla no me gustaba demasiado!

Ya se pueden imaginar la cara de asco que puso la infeliz cliente. Sería por timidez o por ansia, no rechazó el helado, pero se marchó avergonzada del establecimiento.

A mí solo me dio por pensar, que como un día se vendieran muchos helados menudo atracón de este me iba a pegar. Aunque eso sí: ¡Por favor, que los pidan de chocolate!

domingo, 18 de octubre de 2009

La casa de la tía Adriana


La casa de la tía Adriana lindaba con la mía. Ambas compartían un mismo y enorme portal, conformado por cuatro azuladas puertas. La llave de él se extendía al menos 15 cm de larga, y estaba herrada en pesado metal. Era imposible llevarla en un bolsillo.

Cuando la tía Adriana se marchó a vivir en otro lugar, mi familia se hizo cargo de la casa. Una vivienda con amplios salones, paredes gruesas y altas vigas de madera. A partir de entonces esa vivienda fue el lugar de juegos para los chiquillos de la familia.

Consuelo era una amiga de mi hermana a la que siempre invadía la curiosidad. Un día la invitamos a la casa de la tía Adriana a jugar con mi hermana y conmigo. Como era tan inquieta y curiosa lo primero que ideó fue registrar toda la casa, desde los más amplios armarios o los rincones más escondidos. Lo primero que se encontró fue una extensa tira de tela de color rosado, parecida a las que llevan las modelos en el concurso de misses. No se le ocurrió otra cosa que colgársela sobre sus hombros. Pero cuál sería su sorpresa al comprobar la inscripción de la cinta. En ella se podía leer en letras doradas:”Descanse en paz”.

Al leer aquello se dio cuenta, que la llamativa colgadura no formaba parte de ningún feliz experimento, sino que eran los restos de una corona de difunto que habían allí olvidado los antiguos inquilinos. Inmediatamente soltó su original aderezo mientras que repetidamente se santiguaba.

La casa de la tía Adriana era misteriosa, como si en ella habitaran oscuros seres fantasmales. Un día registrando entre sus armarios nos encontramos decenas de figuritas de santos, fabricados en escayolas. Todos ellos aparecían mutilados en algunas de sus partes. La imagen que se nos apareció antes nuestros infantiles ojos era aterradora. En el mismo momento en que descubríamos este misterioso rincón, la luz de la habitación se oscureció, creando más penumbra que claridad. Imagínense, estimado lector, a cinco chiquillos salir despavoridos hacía la puerta de la vivienda, mientras gritaban absurdas palabras. Desde entonces aquel lugar de la casa evitábamos visitarlo.

También nos imponía un viejo cuadro del Padre Damián que colgaba éntrelas paredes de su pasillo. Su mirada triste e inquisidora nos provocaba algo más que devoción .Cada vez que queríamos asustar a otro chavalito, llevábamos a este delante del evocador cuadro , mientras les susurrábamos al oído con voz temblorosa :“Que viene el padre Damián”. Y el infante ponía pie en polvorosa.

A pesar de todo, la casa de la tía Adriana nos dio muy bellos y buenos momentos. Sus salones lo transformamos en pista de baloncesto, salón de cine y hasta sala de mil y un juego. Montamos allí el belén y celebramos decenas de cumpleaños .Aunque de vez en cuando y sobre todo cuando te encontrabas solo, sentía como si alguien te vigilara, como si un extraño ser te acompañara en tus juegos. Y en ese momento, devorado por el pavor, no te quedaba otra cosa, que salir corriendo, cerrar la puerta con un buen portazo, dar una, dos y hasta tres vueltas a la cerradura y esperar unos días para olvidarte de la extraña presunción para retornar allí para seguir jugando.

sábado, 10 de octubre de 2009

Mojado bajo la lluvia


Han vuelto las lluvias y con esto los malos y los buenos recuerdos sobre este fenómeno atmosférico. Los buenos aquellos que me hacen aparecer en el patio del viejo colegio. En el recreo y después de haber llovido. Todos los alumnos equipados con sus puntiagudas limas dispuestos a herir a la tierra en su juego. Sobre el barro clavando esta con destreza.

También añoro esos enormes charcos que se formaban en los descampados. Los niños equipados con sus negras botas katiuskas avanzando cual Jesús sobre las aguas. Y rememoro el discurrir de mi pequeño barco de madera por el bravío riachuelo que se formaba en la pendiente de mi calle cuando llovía.

De los malos momentos quiero olvidar el enorme ímpetu que me provoco un desastroso día el salir de una clase de matemáticas. Mientras bajaba corriendo por la escalera del centro escolar y acompañado por el paragua, me vi sorprendido por la mirada inquisidora de director. Que no tuvo otra idea u otra intención que requisarme el paraguas y con este mismo golpearme continuamente la espalda, mientras yo trataba escaparme como podía.

La lluvia, a veces nos provoca tristeza, pero otras una tremenda sensación de libertad. Un día regresaba a mi casa disfrutando de los primeros goterones que derramaba el otoño. Me veía feliz. La calle en la nocturnidad aparecía despoblada. Un agradable aroma a tierra mojada inundaba el aire. Por tan agradables sensaciones necesitaba correr, salir corriendo mientras dejaba caer la lluvia sobre mi cara. Cantaba, reía, con mi rostro mojado y mirando hacia el cielo me sentía enormemente libre y feliz. En mi afán de saltar y al ir despistado choqué contra una imprevista señal de stop que se encontraba sobre el acerado. Y esa noche vi las estrellas aunque estaba nublado.

jueves, 1 de octubre de 2009

las pintadas


Hace pocos días paseando por el barrio de San Bernardo de Sevilla me encontré esta interrogante pregunta en forma de pintada. Para mí es un ataque directo a la soberbia de cada uno. A creernos completamente libre, mientras el dinero va minando nuestra integridad. A esa necesidad perpetua de poseer bienes materiales.

Me alegra encontrarme todavía pintadas por las calles, gritos desesperados construidos con poco materiales. Hay personas, que no hace mucho tiempo murieron por realizar una pintada expresando una necesidad. Y en la era de las nuevas tecnologías no viene mal algo de primitivismo y espontaneidad.

Claro, aunque para pintada buena, la que descubrí hace años en los muros de un convento en el centro de Sevilla. Una pintada con humor, pero para mí con un trasfondo realmente importante. ¿Se puede ser más directo, más gracioso y más profundo que al expresar la siguiente frase? ¡Fuera las barbies ! ¡Vivan las barriguitas

Dibuja con perspectiva

Dibuja con perspectiva
Dibujas con perspectivas - Diferentes vídeos