bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

jueves, 27 de mayo de 2010

una feria inolvidable


Hace aproximadamente treinta años, que por esta fecha, me quede minusválido. No, no es broma lo que estoy diciendo. Y aunque el relato que os voy a contar os parezca sumamente extraño, es real, como la vida misma. ¡Nunca mejor dicho!
En estos días de finales de mayo se celebra la feria de mi pueblo. Es una feria acogedora y bonita, pues el lugar donde se celebra es una hermosa alameda acompañada de enormes y frescos árboles de moreda.
Pues bien, hace unos treinta años, yo estaba comenzando mi carrera de Bellas Artes. Me encontraba aún en primero de esta licenciatura.
Como cada fin de semana, regresaba yo a mi pueblo, para estar con mi familia. Durante el resto de la semana convivía en Sevilla en un piso de estudiante con otros compañeros.
Mayo aparecía con todo su esplendor. Ya derivando hacia el calor veraniego.
He de reconocer que en aquellos días no me encontraba yo con mucho ánimo. El curso no me iba del todo bien. Y como cualquier estudiante en esta época me encontraba agobiado por el final del este.
Como ya he dicho en estos días regresé a mi pueblo. El cansancio del final de curso no me invitaba a grandes actividades. Pero tenía la suerte de tener una amiga muy animosa. Al enterarse de que había regresado a Lora, marchó hacia mi casa para convencerme para que me fuera con ella al recinto ferial.
Tras arduos minutos de forcejeo dialéctico, al final consiguió seducirme para que la acompañara.
Ya por fin nos encontrábamos en el reciento ferial. ¡Y como son estas cosas de las fiestas ¡ Que a veces te da pereza ir y una vez alli te vas animando, te vas animando y luego no hay quien te saque.
Recuerdo con agrado esos momentos vividos en varias casetas y con varios amigos. Dio la casualidad que para ese día nos había visitado una antigua y agradable profesora . Poco a poco la confianza y alegría se fue extendiendo entre ambos. Tanto que incluso nos dimos algunos besos.
Yo me sentía eufórico, importante. ¡Que buena historia para contar a los amigos!. Un niñato novato e inocente, había conseguido encandilar a su admirada profe antigua.
Cuando estaba la fiesta y la conquista en su apogeo. La profesora tuvo que marcharse a Sevilla, pues era allí donde vivía. A pesar de la desilusión, todos los miembros del grupo decidimos acompañarla a la estación de tren.
Sobra decir que nos encontrábamos bastantes contentos. Y que prácticamente todo el camino entre la feria y la estación nos lo llevamos cantando viejos sones de sevillanas, y otras cancioncillas que se canta en estos estados de anímicos. Por ejemplo : “el Asturias patria querida”.
De regreso de la estación, ya solo quedábamos del grupo mi insistente amiga y yo. Por supuesto, yo no quería volver a mi casa, sino con este estado mental prefería continuar la huerga. Pero mi amiga o porque esta cansada, o porque se encontraba algo celosilla por lo sucedido, no tenía intención de regresar a esta. Por mucho que le insistí , no pude convencerla. Ella por su parte intentaba convencerme a de que pusiera por fin punto puntal a la feria y que regresara a mi hogar. Pero como a bruto no hay nadie que me gane, yo don erre que erre, decidí regresar a la feria, aunque fuera sin compañía.
Una vez allí, lo primero que sentí fueron unas enormes ganas de orinar. Con estas emociones tan inesperadas se me había olvidado visitar a Roca. Intenté hacerlo en las casetas, pero no me fue posible, los servicios de estas estaban atestados de gente, y para conseguir desaguar por lo menos había que esperar media hora.
He de decir que la feria de mi pueblo esta situada muy cerca del río, y entre esta y el caudal de Guadalquivir se encuentra una enorme explanada totalmente desabitada ,repleta de ramajes y enormes dunas con extensas zanjas de arena. El típico paisaje ribereño
Pues como lo de orinar en la caseta me era totalmente imposible, decidí hacerlo en aquel lugar, con tan mala suerte que fui a tropezarme con una alambrada, hasta caerme de bruces en una zanja.
La suerte fue doblemente mezquina en aquel momento, porque al caer todo mi cuerpo se pozo sobre mi brazo izquierdo.
He de reconocer que no sentí dolor en aquel momento, solo que al mover mi brazo izquierdo, el sonido de la castañuela esta vez no provenía de las cercanas casetas sino del interior de mi antebrazo.
A mi aquello hasta me resultó hasta divertido, aunque por culpa de porrazo se me quitaron las ganas de feria.
Recuerdo ahora como en el camino de regreso desde la feria a mi casa hacía sonar el sonido de mis castañuelas particular, que no era otra cosa que mis huesos cubito y radio que se me habían partido y con el movimiento del cuerpo y el ir y venir de uno contra otro, provocaban dentro de mi aquel sonido tan festivo.
La escena principal de este día fue vivida cuando llegué a mi casa. No con poco esfuerzo llamé al timbre, al momento abrió mi padre la puerta. Con gesto de sorpresa me comentó que me había ocurrido. Supongo que me aspecto me delataba. Yo con una inconsciente sonrisa no tuve mejor respuesta que darle que me había unas castañuelas dentro de mí. A mi padre eso no le hizo tanta gracia.
Como he ya he dicho al principio de este relato, toda esta historia es real, quitando algún pequeño detalles que tomo prestado para endulzar la narración. Y aunque parezca mentira, la historia no ha hecho más que empezar. Lo mas surrealista queda para los siguientes capítulos.

domingo, 23 de mayo de 2010

¡ Como está el servicio !


Hace años ser estudiante de universidad implicaba tener que ir a vivir a la capital de la provincia y tener que compartir un piso con otros compañeros de carrera. Los medios de transporte no eran tan rápidos como para vivir en tu pueblo y poder desplazarte fácilmente a la capital todos los días.
Los estudiantes solíamos vivir en pisos totalmente inadaptados, con pocos y malos muebles. Yo incluso conocía a un dueño de piso que completaba esos pisos con aquellos muebles que se iba encontrando por la calle en los contenedores de basura. La televisión en estas casas eran altamente escasas y los frigoríficos no nadaban precisamente en la abundancia. Alguna de las discusiones habituales entre los habitantes del reciento eran por la trivial discusión de quien me a quitado este chorizo.
Estando en la coyuntura estudiantil, llega de escasez y precariedad. Un amigo mío decidió visitar a otro. Sería la primera vez que ira a la vivienda de su amigo.
Ese día llegó a la puerta de su bloque y pulso la tecla del el telefonillo correspondiente. Desde este salió una dulce voz femenina.
-¿Quién es?
-¿Está Antonio? Preguntó mi amigo.
La misteriosa voz le respondió:”Todavía no ha llegado, pero si quieres puedes pasar, pues no tardará mucho en llegar.
Mi amigo penetró en el bloque, subió la escalera del piso y llamó al timbre de la puerta de la citada vivienda.
Tras ella apareció una atractiva muchacha, vestida como las clásicas criadas de las películas españolas de los años 60, con su cofia y su delantal.
Esta le comunicó a mi amigo que Antonio, aún no había llegado de su tienda, cosa que le extraño a mi amigo, pues ignoraba que Antonio poseyera un establecimiento comercial. Un modesto chaval estudiante y ya con una tienda era algo extraño.
La criada invitó a mi amigo a que pasara al salón de la vivienda. Tras instalarlo cómodamente en el mejor sillón de este. Le preguntó si deseaba tomar algo.
A mi amigo que aún ni siquiera había desayunado, la oferta le vino de perla.
Al poco rato la clásica criada, apareció en el salón portando un botellín de cerveza. Y continuó preguntándole a mi amigo si deseaba algo de picar. Este ya animado por la oferta, no se negó al ofrecimiento.
Al momento la citada empleada le ofreció una tapita de jamón y otra de gambas.
Mi amigo no podía salir de su asombro. ¡Como se la gastaba su compañero de facultad! ¡ Criada, un buen piso, cerveza, gambitas, y hasta jamón ¡. ¡Joder con la vida de estudiante! Y eso que Antonio pocos días antes le había pedido prestado 1000 peseta para comprar un tubo de óleo, porque decía que no le quedaba ni una perra gorda.
La criada incluso le conectó la televisión, y volvió con su recarga de cervecita, además esta vez completada con una exquisita ración de carne mechada.
Todo aquello a mi amigo le parecía sumamente extraño, por lo que volvió a preguntar si tardaría mucho Antonio. La criada algo apurada por la tardanza de su jefe, le sugirió a mi amigo que pasará a otra habitación, donde se encontraba el primo del renombrado Antonio, a ver si este le daba una explicación mas clara de la tardanza del dueño de la casa.
Mi amigo, tras señalarle la empleada del hogar cual era la habitación intentó penetrar en esta. Llamó a la puerta y como detrás de ella no contestaba nadie, entró sin esperar respuesta. Tras ella se encontró a otro chaval, con unos auriculares en la orejas, bailando alocadamente. Por lo visto la música que oía tendría que ser extremadamente motivadora para que este se contorsionara de manera tan exagerada.
Viendo este panorama, a mi amigo se le encendieron las luces. Le pareció que aquella casa tan bien completada no podría ser la casa de su amigo. Tras esta reflexión decidió marcharse, no sin antes despedirse de la agradable criada y mostrando como excusa que tenía prisa.
Tras salir de la citada vivienda, se encontró en la escalera a su amigo Antonio. Tras relatar el episodio vivido a este, a su amigo le provocó un ataque de risa, que el protagonista de nuestra historia no llegaba a comprender.
Mi amigo se había equivocado de vivienda, y en vez de llamar al piso de Antonio, había estado conviviendo en el piso del vecino.
Por cierto, el piso del “auténtico” Antonio, distaba mucho de ser un paraíso de comodidad. Como debía ser para el piso de un estudiante con pocos recursos económicos.

domingo, 9 de mayo de 2010

la primera comunión


Hoy voy de comuniones. Una simpática y graciosa chiquilla la hace por primera vez, mi sobrina Elena. Y no es que sea pasión de familiar pero la niña tiene un arte y un desparpajos mas que acentuado. ¿Qué no se lo creen?. Pues echen una vista a este simpático video, donde salgo yo también un poquito y haciendo el gilipolla.
A mí antes de hacer la comunión, me dijeron que este sería el día más feliz de mi vida. Reconozco que no estuvo mal, pero el más feliz afortunadamente no fue. Recuerdo aquellos momentos. Yo vestido de marinerito y decenas de niñas vestidas de monjas rodeándome. Me sentí el padre prior de todas.
A fuerza de ser sincero, a mí más que tomar el cuerpo de Cristo, lo que más me hacía ilusión, era la caja de petisú, esos pasteles alargados y rellenos de cremas que son uno de los principales focos en las vitrinas de las confiterías, que me prometió mi tía Consuelo. ¡Por fin podría comer tantos petisús como quisiera ¡ Era lo único que me desvelaba el sueño. Lo del cuerpo de Cristo eso más bien me provocaba resquemor.
En aquellos tiempos los chiquillos del pueblo contaban la leyenda que un niño fue hacer la comunión y se le olvidó confesarse, y al introducir la hostia en su cuerpo, el suelo de la iglesia se rasgó, provocando un enorme hueco, que se lo tragó por completo. Yo, mientras desfilaba hacia la añorada reliquia, me preguntaba, si no se me había olvidado algún que otro pecadillo. No vaya a ser que ese cuerpo divino se transformara en una tremenda venganza. Por fin hice la comunión, y debo de confesar que aunque la hostia sea muy sagrada, también he de reconocer que es terrible sosa, no sabe a nada. Así que puesto a elegir, me sigo quedando con mis sabrosos petisús.

lunes, 3 de mayo de 2010

el conductor novato


Si lo reconozco, a mi me costó trabajito sacar el carnet. El teórico y la pista no, pero lo que es la prueba real no había manera de superarla. Me ponía demasiado nervioso, y cuando había que girar a la izquierda, yo lo hacía hacia la derecha y viceversa. Después de varios intentos por fin lo conseguí. Fue en la calurosa Écija, un día del mes de julio. ¡Casi na!
Tras esto mi padre me dejó su coche, un blanco Renault 6, para que me fuera soltando.
El primer día que lo cogí, quede con mi novia, y con otra pareja amigos nuestros para dar un paseíto no demasiado lejano. Ya me lo advirtió mi padre: “No te vayas demasiado lejos”. Pues bien, comencé a darme una pequeña vueltecita por Lora, y como cada vez me sentía mas confiado y a mis pasajeros los veía seguro, decidí lanzarme a la carretera. Viajamos a pueblo cercano, Villanueva de Río y Minas, a unos 20 km. de distancia del mío.
Este pueblo posee una estructura urbanística algo compleja y como no me manejaba bien por su callejero, decidimos dar la vuelta, con tan mala suerte que al hacerlo terminé desviado en la cuneta y con una rueda reventada. ¡Buen bautismo para un conductor novato!
Mi padre no se lo tomó muy mal, aunque yo, claro a este no le dije que había ido tan lejos.
Al siguiente día, tuve que llevar a mi hermana a otro pueblo cercano, La Campana. Cuando decidí aparcar, en vez de hacerlo sobre el asfalto, introduje el morro del automóvil en la casa de una vecina. ¡Vaya otro tropiezo! Dejé una esquita del coche algo abollada. Mi padre seguía sin tomárselo demasiado mal. ¡Bendita paciencia la suya!
Al cabo de pocos días volví a retomar mi faceta de conductor. Otra vez los mismos cuadro personajes que la vez primera. En esta ocasión no me atrevía ir tan lejos. Solo un vueltecita por el campo cercano. Sin darnos cuenta se nos hizo de noche y había que encender las luces del Renault. Era la primera vez que lo hacía, y no lo tenía muy claro. Yo dentro del coche intentando averiguar los interruptores de las luces, mi amigo Manuel, fuera de él viendo si se encendían estas.
De pronto Manuel dio la voz de alarma: ¡Uno de los faros esta fundido! Yo me puse muy nervioso, y pensé que si llegaba a mi casa de esta forma, mi padre ya no tendría tanta paciencia. Pensaba que el faro lo había estropeado yo.
¡Esto había que arreglarlo! ¿Pero cómo se cambia las luces de un faro de automóvil? Recuerdo ahora, a los cuatros pasajeros en mitad del campo ya bastante oscurecido y mirando fijamente al faro, como si este fuera a hablarnos. Yo, con la cajita de las luces de repuesto en la mano, los otros tres pensando como meterle mano aquello.
No se nos ocurrió mejor manera que coger un destornillador, y quitarle la parte delantera al faro, vamos, el cristal. Reconozco que nos costó trabajo, pero lo conseguimos. ¿Y ahora como poníamos las luces? Creíamos que eso funcionaba como una lámpara de salón, desenrosca la bombilla y pones otra. ¡Pero no, eso no era así! La bombilla por mucho que tiráramos de ella no salía.

Dibuja con perspectiva

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