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Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
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Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

lunes, 3 de mayo de 2010

el conductor novato


Si lo reconozco, a mi me costó trabajito sacar el carnet. El teórico y la pista no, pero lo que es la prueba real no había manera de superarla. Me ponía demasiado nervioso, y cuando había que girar a la izquierda, yo lo hacía hacia la derecha y viceversa. Después de varios intentos por fin lo conseguí. Fue en la calurosa Écija, un día del mes de julio. ¡Casi na!
Tras esto mi padre me dejó su coche, un blanco Renault 6, para que me fuera soltando.
El primer día que lo cogí, quede con mi novia, y con otra pareja amigos nuestros para dar un paseíto no demasiado lejano. Ya me lo advirtió mi padre: “No te vayas demasiado lejos”. Pues bien, comencé a darme una pequeña vueltecita por Lora, y como cada vez me sentía mas confiado y a mis pasajeros los veía seguro, decidí lanzarme a la carretera. Viajamos a pueblo cercano, Villanueva de Río y Minas, a unos 20 km. de distancia del mío.
Este pueblo posee una estructura urbanística algo compleja y como no me manejaba bien por su callejero, decidimos dar la vuelta, con tan mala suerte que al hacerlo terminé desviado en la cuneta y con una rueda reventada. ¡Buen bautismo para un conductor novato!
Mi padre no se lo tomó muy mal, aunque yo, claro a este no le dije que había ido tan lejos.
Al siguiente día, tuve que llevar a mi hermana a otro pueblo cercano, La Campana. Cuando decidí aparcar, en vez de hacerlo sobre el asfalto, introduje el morro del automóvil en la casa de una vecina. ¡Vaya otro tropiezo! Dejé una esquita del coche algo abollada. Mi padre seguía sin tomárselo demasiado mal. ¡Bendita paciencia la suya!
Al cabo de pocos días volví a retomar mi faceta de conductor. Otra vez los mismos cuadro personajes que la vez primera. En esta ocasión no me atrevía ir tan lejos. Solo un vueltecita por el campo cercano. Sin darnos cuenta se nos hizo de noche y había que encender las luces del Renault. Era la primera vez que lo hacía, y no lo tenía muy claro. Yo dentro del coche intentando averiguar los interruptores de las luces, mi amigo Manuel, fuera de él viendo si se encendían estas.
De pronto Manuel dio la voz de alarma: ¡Uno de los faros esta fundido! Yo me puse muy nervioso, y pensé que si llegaba a mi casa de esta forma, mi padre ya no tendría tanta paciencia. Pensaba que el faro lo había estropeado yo.
¡Esto había que arreglarlo! ¿Pero cómo se cambia las luces de un faro de automóvil? Recuerdo ahora, a los cuatros pasajeros en mitad del campo ya bastante oscurecido y mirando fijamente al faro, como si este fuera a hablarnos. Yo, con la cajita de las luces de repuesto en la mano, los otros tres pensando como meterle mano aquello.
No se nos ocurrió mejor manera que coger un destornillador, y quitarle la parte delantera al faro, vamos, el cristal. Reconozco que nos costó trabajo, pero lo conseguimos. ¿Y ahora como poníamos las luces? Creíamos que eso funcionaba como una lámpara de salón, desenrosca la bombilla y pones otra. ¡Pero no, eso no era así! La bombilla por mucho que tiráramos de ella no salía.

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