bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

domingo, 9 de mayo de 2010

la primera comunión


Hoy voy de comuniones. Una simpática y graciosa chiquilla la hace por primera vez, mi sobrina Elena. Y no es que sea pasión de familiar pero la niña tiene un arte y un desparpajos mas que acentuado. ¿Qué no se lo creen?. Pues echen una vista a este simpático video, donde salgo yo también un poquito y haciendo el gilipolla.
A mí antes de hacer la comunión, me dijeron que este sería el día más feliz de mi vida. Reconozco que no estuvo mal, pero el más feliz afortunadamente no fue. Recuerdo aquellos momentos. Yo vestido de marinerito y decenas de niñas vestidas de monjas rodeándome. Me sentí el padre prior de todas.
A fuerza de ser sincero, a mí más que tomar el cuerpo de Cristo, lo que más me hacía ilusión, era la caja de petisú, esos pasteles alargados y rellenos de cremas que son uno de los principales focos en las vitrinas de las confiterías, que me prometió mi tía Consuelo. ¡Por fin podría comer tantos petisús como quisiera ¡ Era lo único que me desvelaba el sueño. Lo del cuerpo de Cristo eso más bien me provocaba resquemor.
En aquellos tiempos los chiquillos del pueblo contaban la leyenda que un niño fue hacer la comunión y se le olvidó confesarse, y al introducir la hostia en su cuerpo, el suelo de la iglesia se rasgó, provocando un enorme hueco, que se lo tragó por completo. Yo, mientras desfilaba hacia la añorada reliquia, me preguntaba, si no se me había olvidado algún que otro pecadillo. No vaya a ser que ese cuerpo divino se transformara en una tremenda venganza. Por fin hice la comunión, y debo de confesar que aunque la hostia sea muy sagrada, también he de reconocer que es terrible sosa, no sabe a nada. Así que puesto a elegir, me sigo quedando con mis sabrosos petisús.

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