Como el ayuntamiento de mi pueblo se encuentra tan sensibilizado y preocupado por los problemas reales de sus paisanos, nada más hay que ver las multas que impone por la cagada de un perro en las calles de la población, entre 700 y 300 euros, mi padre esta aterrorizado. Aterrorizado que uno de nuestros perros, tenemos dos, el Cuchi y la Negrita, en un descuido se nos puedan escapar, salgan como una fecha hacía la calle y no se les ocurra mejor cosas que depositar un hermoso monumento caquil en las reales y preocupadas avenidas, desvelo de nuestro actual alcalde de nuestra blanca población.
Y digo
yo que a lo mejor por 15 o 20 mierdas, a 3000 cada cagada, puedan restaurar de una vez el olvidado cine-teatro Goya, promesa
mil y una vez proclamada por todos los partidos y nunca realizada. Algo similar
a lo del paro, para que vayan ustedes entendiendo.
Bueno,
pues a lo que iba. Que para que los perros no salieran, mis padres decidió
encerrarlos en la azotea. Con la perra , la negrita, no hubo demasiados
problemas, pues es vieja y pacífica, no como esos impetuosos viejos gallegos
que golpean insistentemente con sus paraguas las sucursales bancarias para que
les sea devuelto sus ahorros de toda la vida, sustraído por el timo de las
preferentes. En fin, que no es de esos. Si no buena y obediente. Así que la
pobre se acomodó en la azotea. Al otro, el Cuchi, ese extraño ser digno de un diagnostico
de Freud no hubo manera de atraparlo, se escondió como siempre detrás del sofá:
¡Y a ver quien lo saca ¡
Pero
las gente buenas también se cansa, también se hartan, también se rebelan.
¡Algunos podrían ir tomando notas por si acaso! .Y nuestra perra no sabemos cómo
consiguió superar la reja de la balconada de la azotea y se lanzó al vacío
hacia la calle. Ocho metros cuesta abajo
y sin frenos. No sabemos si fue un intento de suicidio o un intento de asalto.
El hecho es que cayó al suelo como si fuera una bolsa de basura, al menos eso
dice mi cuñado que a eso le pareció el ruido que oyó. Cuál sería su sorpresa al
comprobar que aquello negro que estaba depositado sobre los adoquines era
nuestra oscura Negrita y sorpresa más aún, cuando al intentar acariciarla la
perra se levantó como si tal cosa. O sea estimado alcalde, que aún no tenemos
víctima por esa última cagada. Dice una compi mía del trabajo , la genial Vicky
, que los perros cuando se tiran es que saben que pueden hacerlo. Vamos que perro
suicidas hay muy poquitos. Aunque digo yo: ¿Cuándo se lo han preguntado?
Tras
este suceso evidentemente toda la familia comenzamos a contárselo a nuestros familiares
y amigo. Mi sobrina Raquel tiene una amiga muy peculiar, una chica muy
simpática pero algo despistada, voy a decir de una vez su nombre. Pilar, así le
hago un homenaje a esas encantadoras personas. A lo que iba, pues mi sobrina no sé si por “guasa”, por sms o por señales de
humos le dijo a la homenajeada Pilar: “La
perra de mi abuela se ha tirado de la azotea”. Y la otra no se le ocurrió otra
cosa que contestarle: ¿Y cómo se encuentra la Filli?. Que es así como llaman a
mi madre.