bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

viernes, 5 de abril de 2013

el hombre que tenia el corazón grande

Jacinto siempre había tenido fama de ser un hombre tremendamente respetuoso y correcto. Siempre respondía con una sonrisa a tu saludo. Si marchaba a comprar el periódico al kiosquero lo saludaba con unos exagerados buenos días. Lo mismo al panadero que al hombre que le compraba la leche para su desayudo, siempre con buen aspecto, altamente jovial, se diría de él que era un corazón tendido al sol, como proclama una canción del conocido cantautor Víctor Manuel.


Era tan jovial, tan alegre, tan desprendido en su amabilidad que nadie, nadie hubiera sospechado que tras esa feliz careta se encontraba, se disimulaba tras traspasar la casapuerta un pequeñísimo y duro corazón. Un corazón inevitablemente salado, tanto como las olas de la Caleta. Un corazón tan pequeño y duro como un diamante, pero con mucho menos brillo.

El, un día tras otro, tras cerrar la puerta de su domicilio derramaba justamente dos lágrimas, una negra, salada y agria, otra blanca inmaculada dulce y suave. La negra a veces hasta rebotaba en el suelo e iba provocando en sus losetas montones de pequeños desconchones. La blanca sin embargo le mantenía el cutis firme, suave, como la barriguita de un bebé.

Siempre tras este tradicional llanto, se preguntaba el por qué de aquella llantina. Un día decidió proponerse no volver a llorar y como no tenía otros remedios, decidió emborracharse con todo aquello que tuviera de alcohol en su casa. Y busco, y rebuscó por todos los muebles de su hogar. En el mueble bar del salón encontró la primera copa, una botella medio vacía de pipermín de no sé cuantas navidades pasadas, tantas como en las había estado solo.



Y bebió, se derramo sobre este licor esmeralda hasta terminar al menos con la frustración de 7 Nocheviejas. Tras eso el anticuado licor 43 pareja de hecho del ya fallecido pipermín. Y trago, se embuchó, se derramó por el dulce licor, hasta olvidar 6 cumpleaños en soledad. Y así con el ron y la ginebra. Tanto bebió que casi no podía andar, pero era fuerte su decisión de encontrar una solución a sus problemas e intuía que esta no se encontraba en su hogar.

Bajó la escalera como pudo y tras encontrase a la portera, en toda su cara le hizo una pedorreta. La mujer sorprendida le contestó con: ¿Pero que le sucede señor Jacinto, con lo formalito que parecía usted? Este sin ningún reparó le contestó: “Cotilla, que es usted una cotilla: ¡Que siempre me abre mis cartas! Tras prorrumpí en un enorme carcajada se lanzó de golpe a la calle dejando boquiabierta a la portera.

Tras esto fue paseando alegremente por la calle, mientras un leve sirimiri le mojaba el rostro un poco más feliz. De pronto se encontró con el vendedor del pan. Este tras verlo le mostró un cortesano saludo mientras nuestro protagonista le gritaba: ¡Tunante, que eres un tunante! ¡Qué siempre me metes en la bolsa algún pan duro! ¿O tú te crees que yo no me he dado cuenta? Tras esto volvió a seguir andando mientras su rostro poco a poco desarrollaba una mueca más feliz.

Así siguió durante toda la noche, riendo y cantando por las calles. Mientras saludaba de manera grosera a la mayoría de las gentes que se encontraba. Al cura le llamo hipócrita, que ya sabemos que tienes una amante. Al guardia municipal prepotente. Que te crees el amo del mundo y así hasta llegar a una vieja anciana, toda sucia y sentada junto a la puerta de la iglesia con un viejo caso de aluminio pidiendo. Se paro ante ella y le dijo: ¿Y a ti? ¿Qué te digo a ti? Si ya te han dicho todos lo peor de lo peor, lo peor que piensan de sí mismos te lo dicen a ti. ¿Y yo que te puedo decir? Solamente que tu aquí desnuda, eres más valiente que todos. No posees orgullo, ni riqueza, ni eres una cotilla y ni siquiera te preocupas en exceso el mañana. Ven conmigo y enséñame a ser yo.



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