·
¿Sabéis lo que llama más la atención a un niño? Los colores y lo olores y
ahora aquí ya de mayor, hoy añoro aquellos olores que inundaban, que perfumaban
mi infancia. Aquella goma de nata que poco a poco mordisqueaba yo tan puesto
con mi uniforme de rayas, el olor a lapicero y a libro nuevo. Ahora con
nostalgia evoco el olor a arroz en casa de mi abuela, mi buena y dulce abuela
que me llevaba una enorme cuña de chocolate en el recreo de mi escuela. La cual
tenía que esconder con maña porque Don Salvador, mi profe de segundo de
primaria, siempre quería que le diera un cachito. Si, si un cachito y el gorrón
casi se la zampaban entera.
Mi infancia estuvo repleta de colores y aunque las pocas fotos que tengo de aquella época sean en blanco y negro, yo aún las sigo viendo de iluminadas, claras y coloreadas como la ilusión de un niño. ¡Maldita la infancia en que el único color se deslumbra es el gris!
Y los olores y los colores me invadían y me inundaban cuando junto a mi padre, mi madre y mi hermana visitábamos el gran almacén de la capital al cual nos dirigíamos para adquirir un montón de golosinas para venderla en nuestra pequeña tienda de mi pueblo natal.
Mi infancia estuvo repleta de colores y aunque las pocas fotos que tengo de aquella época sean en blanco y negro, yo aún las sigo viendo de iluminadas, claras y coloreadas como la ilusión de un niño. ¡Maldita la infancia en que el único color se deslumbra es el gris!
Y los olores y los colores me invadían y me inundaban cuando junto a mi padre, mi madre y mi hermana visitábamos el gran almacén de la capital al cual nos dirigíamos para adquirir un montón de golosinas para venderla en nuestra pequeña tienda de mi pueblo natal.
Me sorprendía y me arrebataba la ilusión esa enorme montaña de caramelos ocupados ordenadamente sobre altísimas estanterías, tan alta, tan alga como la luna. Para mí era una enorme luna llena repleta de golosinas.
Allí convivían experiencias tan sabrosas como los enormes y domesticables chicles bazocas, y los palotes de fresas tan difíciles de desnudar de su pegajosa vestimenta.
Allí en aquel almacén fabricado para la imaginación de un goloso, convivan aquellos pequeñitos caramelillos de nada. ¡A gorda, a gorda cada caramelo! ¡Caramelos por una peseta. Que de sabor, que de ilusión y todo envuelto en numerosos colores luminosos, dorados, plateados. Cual olas de un mar dulzón. Como la infancia, sabrosa, golosa ante la experiencia.
Buscaba y buscábamos mi hermana y yo las nuevas golosinas que aparecían semanalmente. Fue toda una experiencia el combinar un negro y alargado regaliz con un paquetito de refresco. Si, refresco, aquellos paquetillos con polvitos anaranjados que al penetrar en la boca, y gracias a su acidez provocaban en tus encías un gran revuelo.
Y el regreso, ese regreso al pueblo en un destartalado Renault 4l, con un coche cargado de dulce manjares. Rebosando expectativas para los niños del barrios. Bolitas de chicles, regaliz espirales, rojo y azules, chupa chup con sonidos de silbato, pastelillos de cremas. ¡Que automóvil más sabrosos! ¡Que revolución mas alegre para los niños del barrio!
¡Qué suerte y que grande ser niño! ¡Y qué largo el tiempo que duraba un recreo, un sabor una sorpresa! Un año entero era una eternidad. Y que lejos ahora. ¡Qué poco huelo, que poco veo, que poco siento! En fin ¿Qué poco disfruto!
Se me acabó el resplandor con la edad. Poco a poco, como una vela que poca cera me queda ya en la imaginación. Creo que envejecer es anular los sentidos. El olor, el sabor y hasta el tacto , Pensamos que quizás las cosas no saben cómo antes. ¿Pero no seremos nosotros los que no tenemos ya capacidad de disfrutarlas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario