Encarna era la única vecina que teníamos cuando vivíamos en el piso de estudiante de la calle San Felipe, calle famosa en Sevilla por pertenecer a esta el renombrado bar del Tremendo, donde se tira la mejor cerveza de la ciudad. Encarna por su carácter y su forma de ser hacía por una comunidad entera. Habitaba la vivienda que justamente estaba por debajo de la nuestra, por eso, a Encarna lo que más le molestaba era el ruido que provocaba los tacones de las amigas que nos visitan.
Sería una mujer de unos sesenta años, de aspecto de señora recién salida de una película de Fellini, entradita en carnes, como se dice por estos lares y con unos enormes pechos.
No era extraño encontrarse a Encarna refrescándose sus enormes tetas y con la ayuda de un lebrillo lleno de agua, en la azotea del bloque .Ella decía que era lo mejor para combatir el calor.
Lo más característico de Encarna era su voz. Una voz aguardentosa y profunda, que ayudaba aún más a confirmar su bravo carácter.
Como era soltera se le ocurrió insertar un anuncio en el diario ABC para encontrar una pareja. Estando yo hablando con ella en el rellano de la escalera, un día apareció un señor con el diario mencionado dirigiéndose a esta enseñándole el anuncio publicado. Yo no sé si fué por vergüenza de que yo me enterara de su iniciativa o porque el señor no le gustó, despidió a este de mala manera, diciendo que aquel anuncio no era suyo. Además le advirtió al inesperado visitante que como se le ocurriera molestarla otra vez sabría lo que duele el palo de una fregona.
Encarna vivía con un perro viejo y pulgoso, además de con una hermana “fantasma”. Digo lo de fantasma porque jamás la vimos, ni la oímos. Lo de la hermana nos enteramos una vez que ella se iba a ir a operar a un hospital y como tardaría varios días en volver, nos aconsejó que no armáramos mucho ruido en aquellos días. Porque aunque ella no estaría en la vivienda, si se encontraría su hermana, que además de paralítica, no hablaba nada porque era muy tímida.
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