bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

domingo, 13 de junio de 2010

el ligón de Jaén


En mi etapa de estudiante universitario en Sevilla, viví en numerosos pisos, casi me recorrí toda la ciudad. De la Puerta Osario a Triana, de la Alameda hasta la calle Arjona. Compartí estos con numerosos y variados compañeros. Ya el último año que me encontraba en esta situación repartía la vivienda con un chaval de Jaén, un simpático personaje y cuya mayor cualidad que poseía es la de ser un gran ligón. Chica que veía, chica que ligaba, al la cual solía “llevar al huerto”.
El piso en el que habitábamos era sumamente cutre. Era un ático, casi con los techos de Uralita, Poseía un comedor minúsculo en el que incluso habitaba una enorme lavadora, que a veces, por falta de espacio la utilizábamos de mesa para estudiar. También poseía esta humilde morada dos habitaciones, continua entre sí. O sea que para pasar a una de ella había que cruzar la otra. Cada uno de los habitantes teníamos una. Yo dormía en la interior.
Pero como mi amigo era tan ligón, y solía completar su caza con un buen final, más de una vez yo no podía entrar a mi cuarto. Menos mal, que este, mi cuarto, poseía una ventana que era vecina del salón, además tenía la suerte de no tener cristales.
Más de una vez estuve a punto de romperme la crisma por tener que entrar por esta ventana, y no interrumpir el plácido clímax de mi compañero.
El jienense no desaprovechaba ninguna oportunidad de favorecer su lívido. Un día decidió ir a Madrid a ver una exposición de arte, pues este al igual que yo también estudiaba en la facultad de Bellas Artes.
Pues bien, una vez en el tren consiguió conseguir una nueva conquista y como era tan impulsivo no se le ocurrió mejor cosa que introducirse en el aseo del tren con su nueva pareja , teniendo tan mala suerte que el revisor del tren los descubriera.
De pronto el cancerbero del medio de transporte aporreaba la puerta del servicio, reclamando que los que estuvieran dentro salieran inmediatamente. Mi amigo y su nueva amiguita tuvieron que vestirse a la velocidad del rayo, pues el revisor se encontraba cada vez mas enfadado.
Salieron los dos, disimulando como buenamente pudieron y abochornados por las inquisidoras miradas de los pasajeros.
Tras este incidente cada uno de los protagonistas volvieron a sus respectivo asientos, sin que el contacto entre ambos se volviera a producir ya jamás.
Mi amigo ya se encontraba en Madrid cuando sorpresivamente se cruzó en la Gran Vía con su padre. Este le preguntó que donde iba a quedarse a dormir la próxima noche. Como mi amigo no tenía una respuesta adecuada, ni muchos caudales para derrochar en hoteles, el padre que se había instalado en un respetable hotel madrileño, le propuso al hijo que compartiera con él la habitación del hotel, porque esta poseía dos camas. Mi amigo con la mala perspectiva de no saber donde iba a reposar, decidió aceptar la invitación.
La sorpresa del padre fue mayúscula, cuando ya llegada la hora de acostarse, el hijo comenzó a desnudarse, mostrando como vestimenta sobre sus caderas unas delicadas y sensuales braguitas de agujeritos. Una vez más se vuelve a demostrar que las prisas son malas consejeras. Pues mi amigo con la impaciencia del revisor del tren había intercambiado, sin darse cuenta, la ropa interior de la citada muchacha con la suya. Por cierto: ¿Cómo estaría en cayumbos la delicada presa ferroviaria?

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