bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

jueves, 10 de junio de 2010

el remate del tomate


Por fin me encontraba en una habitación. Estas, como casi toda de la seguridad social, estaban conformadas por tres camas y sus respectivos sillones para los acompañantes de lo enfermo. En la situada junto a la puerta de entrada se situaba un señor de mediana edad, en la del medio otro mucho más anciano y en la que estaba justo al lado de la ventana, yo con mis veinte años.
He de decir que desde que me operaron en mi antebrazo izquierdo tenía colocada una férula de escayola para inmovilizar esto. Solo permanecía libre de movimiento la mano.
Lo primero que hicieron las enfermeras fue atar con una venda mi brazo a un extenso tubo que colgaba de la cama. Para mi recuperación era necesario que tuviera el brazo extendido y en vertical.
Parecía que todo transcurría hacia la normalidad. Claro que si por normalidad incluimos la incomodidad, el desespero y el sufriendo físico que sufre el enfermo.
Cada uno recibíamos nuestras medicinas correspondientes. El que peor se encontraba era el señor mayor. Solía quejarse asiduamente de sus dolencias. El pobre señor apenas hablaba.
El primer incidente ocurrió cuando al administrarme la medicina correspondiente, en vez de entregarme las que me pertenecían me suministraron las del enfermo cercano.
Yo continuaba con mi brazo extendido y ya empieza a notar que no evolucionaba todo como debía de ser correcto. Mi mano izquierda iba tomando un color demasiado poco acostumbrado. Del rosa pálido se iba convirtiendo en un tenue morado.
La venda con el paso de los días se había transformado en una fiel cuerda que iba cortando el paso de la sangre hacia mi mano.
Viendo la situación yo mismo y ayudado por mi madre la corté. Tras esto descubrí como se había marcado una profunda señal en el principio de mi mano provocada por la venda.
Lo médicos seguían insistiéndome en que moviera los dedos de la mano dañada. Pero cada vez que lo hacia la sorpresa y el estupor se apoderaban de mi. Ya no parecían dedos humanos, sino metálicos. Apenas se podían mover. Se habían quedado oxidados igual que las bisagras de una puerta. Y en vez de poseer unos dedos humanos ahora sentía como si estos fueran los de Mazinger Z.
La impresión que me llevaba cada vez que ejercía el intento de moverlos era desilucionantes y extraña.
Ya llevaba unos diez días de la habitación, y hasta ahora no había sentido muchos deseos de levantarme de la cama. Pero hoy había amanecido con mayor ánimo, a pesar de que continuaban las sorprendentes reacciones de mis extremidades. Fui visitado, por la nombrada amiga que me acompañó durante la feria y eso me infligió fuerzas para dar un pequeño paseo por los pasillos del hospital.
Tras llegar al corredor principal donde se unen varias alas del edificio, mi amiga me invitó a un cigarrillo. Ya hacía bastantes días que no fumaba, y aunque no me apetecía en demasía, acepte la invitación. Mi madre, al poco rato, también se acerco a charlar con nosotros.
Mientras estábamos los tres reunidos en una animada conversación, oímos como desde el ala el hospital donde me encontraban, requerían la presencia del algún familiar mió. Al momento mi madre se ofreció voluntaria a acudir. Mi amiga y yo continuamos nuestra animada conversación.
Al cabo de pocos minutos mi madre apareció en el lugar donde nos encontrábamos con la cara descompuesta, el semblante triste y alterado. Le pregunté que le ocurría y ella contesto muy nerviosa que la habían solicitado para comunicarle el resultado de unos análisis que me habían hecho. Y que estos afirmaban que yo tenía leucemia.
Pues con esta noticia ya se pueden imaginar las fatiguitas que me entraron por el cuerpo. El cigarro fue despedido con ímpetu hacía una las paredes del lugar, y los tres presentes nos quedamos muy sorprendidos y alterados.
Fueron pocos minutos los que permanecimos en este estado de shock, pues al poco rato volvieron a requerir a mi madre en el mismo lugar que antes.
En dos minutos volvió hacia el lugar donde me encontraba. Esta vez con la cara mucho más alegre y serena.
Me comunicó al instante, que el informe de los resultados anteriores no correspondía a mí, sino a otro paciente. Y que lamentaban profundadamente haberse equivocado.
A mi no me quedo nada mas que exclamar: “Estos no me quieren curar. Lo que quieren es rematarme”.
Viendo que mi estado no mejoraba, y que quizás requería mayor tranquilidad, a los pocos días me dieron de alta en hospital. Tendría que regresar en unas semanas para una nueva consulta. Pero esos ya son otras historias, que contaré mas adelante.

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