Durante cuatro meses solo fumaba los fines de semana. A veces, con tal de no ser un gorrón, compraba un paquete de tabaco, fumaba 3 o 4 cigarro y cuando ya me dirigía hacia mi casa para el descanso nocturno, lo depositaba en la última papelera que me encontraba antes de llegar a mi hogar. En algunas ocasiones, como me daba pena tirar tantos cigarrillos depositaba este casi intacto paquete sobre algún lugar donde podría ser visto por otra persona más necesitada de nicotina.
Así transcurrió casi cuatro meses y yo pienso que la clave de que no fumara más consistía en no tener tabaco en mi casa. ¡Ay pero un día! Un día no tuve fuerza de dejar ese paquete en la última papelera. Pero un día me dije: Bueno, por tener el paquete de tabaco en casa no voy a fumar más. ¡Y ese día comenzó mi derrota!
Al tener tan cerca el vicio, como diría la psicóloga, caí una y otra vez. Cuando me levantaba, allí estaba para mis primeros humos. Tras el desayuno, los siguiente. Si tenía que conducir, me llevaba un par de ellos para el camino. Tras el almuerzo. Para la merienda y ya el colmo del derroche, para cuando escribí en el ordenador.
Y esos 4 o 5 cigarros semanales, se convirtieron poco a poco en 25, después en 45, tras esto en otro y otro número mayor. Aunque aún seguía engañándome en que había dejado de fumar por completo.
Aún me quedaban algunos reductos sin humo. Cuando visitaba a mis padres en su casa. Sentía que debía cumplir la promesa de que no volvería a fumar ante mis progenitores. Pero esta también se derrumbaría. El primer día, casi al amanecer, medio escondido en la azotea de mi casa, como un niño chico, volví a retomar el vicio en casa de mis progenitores. A partir de ese fomento, los cigarros se volvieron a multiplicar, que es la razón matemática que mejor dominan.
Sería mayo, cuando ya había concedido el pleno. Había retornado a la misma cantidad de cigarro que fumaba antes de la hipnosis. Y aquí, si reconocí, que había perdido esta batalla.
Tuve mis dudas, pensé rendirme para siempre de esta guerra. Pero recordé en los momentos en que casi estuve sin fumar, en lo bien que me sentí, en lo bien que olía mi casa. Fui calculador y pensé que aún me quedaba dos intentos más con la psicóloga. Los tenía pagado. ¿Por qué no volver a intentarlo? Era gratis y además durante esta primera batalla en algunos momentos parecía que el vencedor era yo. ¿Y si al final ganaba la guerra?
Anecdotario. Blog divertido y desenfadado de Curro Gutiérrez Vargas basado en anécdotas reales.
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Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.
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sábado, 19 de noviembre de 2011
domingo, 25 de septiembre de 2011
La primera hipnosis (dejar de fumar 2)
Como prometí continúo explicando cómo dejé de fumar. En el anterior capítulo relataba como intente inscribirme en un centro de hipnosis que había en el Aljarafe sevillano. El problema que existía en este centro es que había que esperar unos 5 meses para asistir a consulta. A mí me pareció excesivo el periodo de espera, sobretodo porque seguro que se me quitaban las ganas. Así que me decidí a buscar otro centro, y para ello recurrí a internet.
En esta búsqueda apareció una doctora gaditana, pero que solía acudir un día a la semana a un pueblo de Sevilla cercano a la capital, e incluso era más barata y la terapia era individual, pues la otra la realizaba por grupo. Me pareció bien y concreté una cita para dentro de dos semanas. Mientras tanto me dijo que siguiera mi vida normal, fumando tal como fumaba y sin plantearme nada más.
Pasadas las dos semanas acudí a la consulta. Era una chica de unos 40 años, agradable y con bastante desparpajo. Tras entrar en la consulta, me hizo sentarme frente a ella. A partir de aquí comenzó el tratamiento. A lo primero que se dedicó la doctora fue a entrevistarme para saber cuántos cigarros fumaba al día, donde solía fumar más a menudo, cual era la razón por la que fumaba, desde cuando la hacía y algunas cuestiones más de ese tipo. Tras esto me explicó que a continuación pasaríamos a la hipnosis, pero antes me recomendó que saliera a la calle a fumarme mi último cigarro.
Esto lo hice inmediatamente, pues si de algo tenía ganas, era de fumar. Me fumé este cigarro con un ansia desesperada, hasta no dejar un solo milímetro sin encender. Pero en el fondo no me creía que fuera el último pitillo de mi vida.
Volví a penetrar en la consulta y esta vez la doctora me indicó que me tumbara sobre una camilla. Tras estar tumbado me recomendó que juntaras las manos y pusiera los brazos en vertical. Poco a poco, ella con voz suave comenzó a contar. A hablar con una voz melosa, como si fuera otra persona. He de reconocer que en el fondo me provocaba risa.
A los pocos segundos, conecto un reloj el cual tenía muy marcado el paso de los segundo. Tic-tac, tic-tac. A todo esto, la doctora con su voz melosa, exclamando: ¡Reláaajate, reláaajate! Tal como lo escribo, acentuando mucho la a. Aunque yo poco a poco me iba relajando y bajando los brazos, aún no se me terminaba de ir la risa interior. Hasta tal punto que me preguntaba que si no estaba haciendo el gilipolla allí.
Tras un cuarto de hora de relaaajate, relaaajate. La doctora se acercó hacia mí y me iluminó con una pequeña linterna. ¡Mírala fijamente! Me dijo. Y vuelta al relaajate, relaaajate.
Así, hasta casi una hora, Y yo en el fondo pensando en mi cartera, pues la había dejado en el chaquetón que tenía en otra silla, y no vaya a ser que con tanto relajo la doctora aproveche la ocasión para arrimarse algo de pasta. ¡Que mal pensado! Pero que le vamos hacer si no se me quitaba eso de la cabeza.
Cuando ya la doctora creyó que estaba relajado, comenzó a hablarme del tabaco.
Decía más o menos así: ¡Has decidido dejar de fumar y lo vas a conseguir! ¡El tabaco es un vicio asqueroso (aquí me entraba la risa)! ¡No quieres oler mas como un cenicero! Vaya como se estaba poniendo la cosa.
¡El tabaco es muy perjudicial para la salud! ¡Ese vicio asqueroso lo vas a abandonar (otra vez la risa)! Así, una y otra vez. Vamos que entraba ganas de decirle: ¿No es usted un poco pesadita? Tras una media hora con esta tarara, por fin decidió terminar la sesión. Supongo que me deshipnotiza y ya está. Ya no eres fumador. ¡Bueno si tú lo dices! Me dije para mí.
En fin, le pagué, esta vez unos 180 euros. Por cierto con estos 180, tenía derecho a dos sesiones más, por si fallaban las anteriores, siempre mientras fueran dentro de un periodo de un año. Tras pagarle me despedí, ella me dijo que dentro de un par de día me llamaría por teléfono a ver cómo iba todo. Tomé dirección hasta mi automóvil y en el camino tiré mi último paquete de tabaco. Por lo menos en teoría.
Con esto acabo el segundo relato de cómo dejé de fumar. Ya continuaré, no lo voy a dejar a medias. Lo que sí quiero aclarar, porque casi todo el mundo me lo pregunta, es que en esta hipnosis, al menos, no te duermen del todo, y por supuesto, no duele, ni nada de eso. ¡Ah! ¿Qué si funciona? Yo, por lo menos, en el día de hoy llevo dos meses sin fumar. Pero como verán en los próximos capítulos todo no fue tan fácil.
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