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Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

miércoles, 2 de junio de 2010

Una eternidad en el pasillo de urgencias


Como comentaba en el anterior relato en una mala tarde me partí el cubito y el radio de mi antebrazo izquierdo. Algo importante, que fuera el izquierdo pues soy diestro y además estudiaba Bellas Artes.
Evidentemente fui a los servicios de urgencias de mi pueblo, estos sin demasiada demora me enviaron a los de un hospital sevillano de la seguridad social.
Serían alrededor de la 11 de la noche cuando al llegar a aquel lugar me sentaron en una silla de ruedas, y me llevaron junto a dos personas más en la misma situación, a varias dependencias del hospital para hacerme radiografías. Una de las personas era una señora mayor que se quejaba lastimosamente, la otra, un fornido guardia civil que se había caído esa misma tarde de un burro. Serían alrededor de la una de la madrugada, cuando todavía desfilaba la peculiar comitiva por el hospital.
Los médicos tras inspeccionar mis radiografías decidieron que en las próximas horas tendrían que operarme. A mi no me pareció ni bien ni mal, solo recuerdo que pensé que viviría una nueva experiencia. Sería la primera vez en mi vida que entraría en un quirófano. Por lo que decidí que estaría atento por descubrí como sería aquello.
Sobre las 8 de la mañana me trasladaron al lugar de la operación. Poco pude ver, algunos médicos y enfermera con sus batas verdes y unos enormes focos que iluminaban la mesa de operaciones. Antes de intentar descubrir alguna cosa más ya estaba dormido por el efecto de la anestesia.
Lo primero que recuerdo tras recuperarme de la operación y de la anestesia fue un intenso olor a sopa. Supongo que sería sobre el medio día. Y aunque con la sopa soy bastante parecido a Mafalda, aquel olor me pareció sublime. Claro está, que llevaba sin comer desde el mediodía del anterior día.
A pesar del mareo que aún me provocaba la anestesia, hice un intento de apropiarme de un plato de sopa. Una enfermera me tuvo que recomponer en mi camilla, advirtiéndome que no me moviera y que por ahora nada de comer.
Pasaron los minutos, e incluso hasta una hora entera, cuando ya pude almorzar, y por fin pude probar el mejor plato de sopa que saboreé en mi vida.
Tras salir de la sala de recuperación, tras el despertamiento, que es así como se llama, pues lo acabo de buscar en el Google... Ante la carencia de camas en las diferentes plantas del hospital, me dejaron desnudo y en una camilla, en un pasillo. ¡Y allí, y allí, empezó mi desgracia!
Tras los primeros momento no lograba yo localizarme. ¿Dónde me encontraba? ¿Qué era aquel transcurrir de tantos médicos, enfermeras y enfermos ante mis narices? ¿Qué eran aquellos numerosos gemidos de dolor que escuchaba a mí alrededor?
Poco a poco fui consciente del lugar en que encontraba, el pasillo de la sala de urgencia de un enorme hospital. De pronto, delante de mí marchó una estridente procesión. Varios enfermeros rodeaban a una camilla donde un hombre de mediana edad intentaba luchar por su vida. Este aparecía cubierto de numerosas heridas. La camilla fue introducida a gran velocidad en una sala continua. Fueron pocos minutos los que tardaron en salir de aquel lugar dos compungidas enfermeras. Comentaban entre sí, que el personaje anterior correspondía a un albañil que se había caído del andamio, y que acababa de fallecer. A mi esa noticia me impacto, y me hizo ser consciente que en el lugar donde me encontraba no era agradable.
Al poco rato un enfermero en el mismo pasillo preguntaba a gritos que quien se había llevado el reloj del albañil. Un caos, un caos presente delante mía.
A partir de esos momentos los nervios se fueron apoderando de mi cuerpo. Y este reaccionaba pegando patadas a las sábanas con ambas piernas. Era un tic, que me sobrevino y que no podía evitar.
Tras un día entero en el pasillo, había visto ya varios casos parecidos. Los médicos se me acercaban cada cierto tiempo y que me indicaban que moviera los dedos de la mano operada. Yo en ese momento de lo único que tenía ganas es de salir corriendo, lo mas lejos de aquel caótico lugar.
Como continuaba con los tic en mis piernas, cada cierto tiempo las enfermeras me aplicaban un relajante muscular.
Así me llevé tres día y tres noches en aquel lugar: Por las noche casi no podía dormir pues dejaban la luz encendida del pasillo. Mi camilla se encontraba justamente al lado del puesto donde pasaban la guardia los asistentes del hospital. Estos, a veces, llevados por el aburrimiento, se dedicaban a contar anécdotas divertidas y algún que otro chiste. Yo, la verdad, no estaba para mucho humor.
Llevaba ya tres días y tres noches en aquel lugar, además no dejaban que se acercara ningún pariente a hacerte compañía.
El clímax de toda esta aventura subió por entero al día siguiente. Yo me encontraba en mi abandonada camilla cuando una señora de una mediana edad se abalanzó sobre mí. El enfermero intentó detenerla, pero ya había llegado a mi altura. Me miró fijamente y con una desesperada voz, me gritó: ¡Yo estaba muerta, yo estaba muerta! Pero se me apareció San Pancracio y me dio con el cajón de la mesilla de noche en la cabeza y resucité.
Tras esta nueva y surrealista experiencia, y tras el pronunciado tic en las piernas que me produjo los médicos decidieron que a las pocas horas me tendría que trasladar a planta, pues la recuperación más que ser tal se estaba convirtiendo en una masacre.
En los próximos capítulos seguiré comentando esta “original” peripecia.

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