bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

sábado, 4 de julio de 2009

el gorrón


Una de las personas más curiosas que he conocido en mi vida, fue un compañero de facultad cuyo nombre era Juan Manuel. Tipo curioso este, tanto por su aspecto como por su carácter.
Físicamente era un ser muy delgado, de cabellos bastantes rizados y con unos movimientos descompasados que invitaban al despiste. De vez en cuando sus piernas no se dejaban llevar por las órdenes de su celebro, y cada una de ellas cobraba autonomía, es decir que cada una de ella gira o se retorcía hacía donde le daba la gana. Eran veces contadas a las que a mi compañero le ocurría esto.
En una de ellas, el nombrado personaje iba por una calle de Sevilla. De pronto una de sus piernas comenzó a torcerse hacia la derecha, mientras otra se iba hacia la izquierda. Aquel hombre me recordaba al tío calambre de la canción de Luís Aguilé. No se le ocurrió otra cosa que introducirse en un portal mientras recibía este extraño ataque. Al rato gritaba como un descocido: “¡Ayuda, ayuda”!. Las gente al ver la actitud de este peculiar personaje tumbado sobre el suelo del portal, creyendo que era mendigo, en vez de auxiliarle , lo que hacían es lanzarle monedas.
Por curiosas, y quizás trágicas razones, este personaje compartía piso conmigo durante un curso escolar. También vivían en ese lugar, un amplio y extraño piso de estudiantes, dos compañeras más de carrera. Todos compartíamos la carrera de Bellas Artes en Sevilla.
Antes de este año el susodicho personaje estuvo viviendo con otros compañeros. Creo que eran tres personas las que compartían el piso. Los demás habitantes de la vivienda no estudiaban la misma carrera. Llegado el mes de febrero en la facultad de Bellas Artes se convocó una huelga que duró bastantes semanas. Mi compañero al no tener nada que hacer en Sevilla, se marchó a su pueblo durante esta temporada. Como ya habían pasado varias semanas, incluso diría que casi un mes, los compañeros de piso de Juan Manuel le reclamaron que abonara la parte proporcional del alquiler del piso que le correspondía durante ese tiempo. Juan Manuel les dijo que el se negaba a hacerlo pues él no había habitado el piso durante ese tiempo y por tanto creía que no debía de pagar. Los compañeros de su piso le dijeron que ellos no tenían culpa que hubiera habido una huelga en su facultad, y que además cuando él se comprometió a compartir piso con ellos, esto implicaba pagar todas las cuotas del alquiler.
La discusión continuó durante varios días. Él negándose a pagar, los otros reclamándoles la mensualidad. Tan cansado y harto estaban sus compañeros de la tacañería de Juan Manuel, que ni corto ni perezosos no se les ocurrió mejor idea que atizarle con una sartén en la cabeza. Este, Juan Manuel, que tampoco se andaba con medianías, denunció a ambos, y como ganó el juicio y los otros a partir de este suceso tuvieron antecedentes penales, cuando les llegó la prologa de la mili, no pudieron solicitarla. Por lo que tuvieron que abandonar la carrera en el curso siguiente.
Juan Manuel era extremadamente delgado, y su obsesión era aumentar peso como fuera. Por lo tanto se dedicaba a comer y comer de una forma compulsiva. Lo más curioso de todo es que entre todos los habitantes del piso de estudiantes donde yo vivía comprábamos la comida en común. Cuando íbamos los cuatros al supermercado, Juan Manuel siempre decía que a como a él no le gustaba esto u lo otro, el no lo compraba y por lo tanto no pagaba. Al final, el casi no pagaba nada y los demás nos gastábamos todo el dinero.
Cuando llegaba el fin de semana, todos los habitantes del piso nos marchábamos a nuestros respectivos pueblos, menos Juan Manuel, que permanecía en Sevilla. Era tal la glotonería de este que cuando volvíamos el lunes el frigorífico aparecía completamente despoblado. Tanto de la comida nuestra como de la suya. Tanto era la obsesión por engordar que tenía, que mientras el viernes la tarina de “Tulipán” estaba completa, el lunes aperecía vacía. Se dedicaba, a comerse la mantequilla de todos, con una cuchara. Y el martes otra vez teníamos que reponerla.
El nombrado personaje se solía gastar poco dinero en la comida en común o en invitar a los amigos, pero eso sí de vez en cuando se iba a una librería y aparecía con dos o tres de los mejores libros de arte que te puedas comprar. Nos lo enseñaba con mucha alegría y orgullo, mientras nosotros pensábamos, este se los ha comprado a costa de nuestra comida.
Era tan tacaño el tío, que nunca compraba tabaco, porque decía que él no fumaba, y que para una vez que lo hacía no merecía la pena comprarlo. Eso sí, a una de mis compañeras de piso le secaba al menos tres o cuatro cigarrillos al día. Lo más curioso es como se los pedía. Antiguamente las máquinas de tabaco mientras te expedían el productor, entonaba una popular musiquita. Eran sonidos de los más simple y conocidos, y el más usual entre ellos era el de la conocida melodía de la cucaracha. Pues bien cada vez que Juan Manuel quería pedirle un cigarro a mi compañera, no se le ocurría otra cosa que entonar la canción de la cucaracha, pero cambiándole la letra.
Querido lector, ahora es el momento de recordar la graciosa melodía, pero por favor, añádale la siguiente letra: “Dame un cigarro, dame un cigarro, que me lo voy a fumar, dame un cigarro…..”
Ya lo dice el refrán: “Genio y figura hasta la sepultura”. Pues bien, con el paso del tiempo, Juan Manuel terminó su carrera de Bellas Artes y a los pocos años ya estaba trabajando como funcionario. He de decir que otras de las peculiaridades de este personaje, es que estaba dotado de una suerte inmensa. Se presentaba a un examen, por ejemplo, de 40 temas, y solo se había estudiado uno, pues ese era el que le tocaba, y así sucesivamente. Con esta suerte no era de extrañar que a los pocos años tuviera trabajo fijo.
También otra característica del personaje era su enorme despiste. Un día mientras impartía clase fue requerido por un conserje del centro para que fuera a responder a una llamada de teléfono . No se le ocurrió mejor cosa que dejar a los alumnos encerrados en la clase y con llave echada . Mientras charlaba por teléfono sonó el timbre que anunciaba la finalización de las clases por ese día. Sin reparar en nada, se marchó tranquilamente a su casa, sin darse cuenta que dejaba a los alumnos encerrados en el aula y sin poder salir. Los conserjes cerraron el instituto sin saber que estos alumnos aún permanecían en la clase. Y si no hubiera sido por el padre de uno de los alumnos que a las pocas horas le extraño que su hijo no fuera a comer, estos se hubieran llevado toda la noche en el centro.
Recordando la tacañería de este personaje, debo nombrar uno de los sucesos más patéticos que creo recordar sobre él. Como ya he dicho Juan Manuel era profesor funcionario. Estaba destinado en un centro de la Bahía de Cádiz. A veces, los compañeros de trabajo para hacer más agradable la estancia en el centro deciden poner un dinero determinado, para comprase algunas cosas con que entretener el estómago. Suele ser café, leche o algún tipo de pasteles o galletas, además así te ahorras salir a la calle a desayunar .
Pues bien, ese curso los compañeros de centro de nuestro personaje, habían decidido poner cada uno de ellos unas cien pesetas, para comprar las galletas y el café del mes. Evidentemente Juan Manuel no participó en esta tarea común, alegando como casi siempre que el casi no comía y que además a él las galletas no les gustaban. Pero lo que son las casualidades del destino, a las pocas semanas Juan Manuel al rato de impartir una clase se encontraba bajando por la escalera del centro. Sin querer ,un alumno que subía la escalera con bastante velocidad , empujó a nuestro personaje, con tan mala suerte que nuestro renombrado JM terminó rodando por esta, hasta terminar tumbado sobre el suelo de la entrada del instituto, donde se encontraban en ese momento la mayoría de los profesores del centro. Cuál sería la sorpresa de todos al ver a sus pies a su tacaño compañero, lloriqueando con lastimosos sonidos y rodeado de un numeroso números de galletas, que se le habían caído de los bolsillo mientras rodaba y rodaba. No fue difícil comprobar que las citadas galletas eran las mismas que pocos días antes habían desaparecido misteriosamente de la sala de profesores.

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