bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

lunes, 13 de julio de 2009

¡Que poca verguenza!


Una de las cosas más molestas e inútiles que hay en la vida es la vergüenza. Entendida como vergüenza la timidez. Aquí en el sur nunca hemos dicho este niño o esta niña es tímido, siempre decíamos: “Es que es muy vergonzoso”.
Pues eso era yo, muy vergonzoso. Desde pequeño, durante la adolescencia y de mayor. La clave para salir de esta incomodidad me la dio una entrevista que leí de Nuria Espert.
Hace ya unos años leyendo el dominical de no me acuerdo que periódico vislumbre una pequeña entrevista realizada a esta gran actriz. Entre todas las preguntas que le hicieron, me impactó una, decía textualmente:
-¿De que se arrepiente más en la vida?
La actriz le respondía al periodista de esta manera:
-De los años en que fui tímida. He desaprovechado tantas oportunidades por esto. Dejaba de conocer gentes interesantes, dejaba de ir a sitios que me gustaban. Un día me di cuenta que la vergüenza no me servía para nada, y decidí que debía superarla de una vez.
La vergüenza o timidez te hace retraerte, te impide mostrar tu forma de ser, tus gusto e incluso te obliga a hacer cosas que no quieres.
De pequeño cuando iba a casa de una tía mía, con la cual no tenía mucha confianza, siempre me ofrecía alguna golosina. Lo peor era cuando había alternativa y me ofrecía escoger entre varias. Me decía: ¿Quieres un poco de esto o prefiere mejor de aquello? Yo para no quedar como un niño desvergonzado, la mayoría de las veces contestaba:” Me da igual”.
“Me da igual, me da igual”. ¡Que porra me iba dar igual! Tenía mis preferencias, pero por no contestar alto y claro, y parecer un niño falto de educación, a veces tenía que probar alimentos que me resultaban horribles, otras me quedaba con las ganas de repetir un exquisito manjar. Y si me preguntaba si quería repetir, yo contestaba con un escueto.”Bueno”. O sea entregaba toda mi voluntad a los demás, ya se sabe que dejar la voluntad a los demás, implica que hagan contigo lo que les dé la gana. ¿Van entendiendo como la vergüenza no es demasiada positiva?
Hace años cerca de mi casa de Sevilla había un quiiosco de prensa. En el cual realizaba su trabajo un señor muy amable. Yo solía comprarle el periódico todos los días, pero por cuestiones de mi trabajo deje de hacerlo. No coincidía mi horario con el suyo.
Con el paso de los días cada vez me costó más trabajo ir al quiosco. No sé porque yo pensaba que yo tenía el deber de comprarle la prensa a diario. Sentía como si traicionara a mi quiosquero, y esto me provocaba vergüenza.
Cada vez que pasaba un día, me resultaba más difícil intentar ir a comprar el periódico allí. Si me hacía falta algo, por ejemplo tabaco, enviaba a mi hermano o me recorría el barrio buscando un estanco. Tanto llego a ser la vergüenza por no encontrarme con el buen señor que hasta cruzaba de acera para no tener que pasar por donde estaba situado el quiosco.
Una vez le conté esta historia a unos compañeros de trabajo. Ellos veían tan ridícula la situación que se llevaron varios días de risas a costa del caso. Un día, los muy cabroncetes, me llevaron en coche a la puerta de mi casa. Y cuando estaba despidiéndome de ellos, no se les ocurrió otra cosa que llamar a grito al quiosquero, diciéndoles:”Quiosquero aquí está el chaval que no te compra el periódico”. El buen señor se asomo por la ventana de su quiosco, me miro como diciendo por hay va un tío raro, y continuó con su trabajo tan plácidamente. Yo salí despavorido hacía mi piso, rojo como un tomate por la vergüenza tan grande que sentí.
En fin, tener vergüenza como dice Nuria Espert es una pérdida de tiempo. Y lo peor de todo es una pérdida de calidad de vida.
Así que a partir de ahora quiero ser un “cara”. Teniendo muy claro que mientras no moleste a alguien, y seas respetuoso, en la vida puede hacer uno muy orgullosamente lo que quieras. ¡Y no veas cómo se disfruta!

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