Últimamente hay muchos concursos en la televisión. Concursos con preguntas absurda por lo fácil que son, ya solo falta preguntar de qué color era el caballo blanco de Santiago. Supongo que en esto residirá la ganancia, en que participen muchas personas, cuanto más participación más beneficios para la empresa.
A veces sin saber porque, y en esos ratos en que uno esta tan aburrido, se dedica uno a darle juego al mando a distancia. Sin darte cuenta terminas viendo una de esas extrañas emisoras que se empeñan todo el día en promocionar concursos y adivinos. De pronto vez como una extravagante presentadora delante de un decorado aún más inverosímil, hace las preguntas más fáciles que te puedas imaginar. Por ejemplo: ¿Cuál es la torre más alta de Sevilla? Con el agravante de la emisora cubre esa área local.
A todo esto el “público” comienza a responder mediante llamadas telefónica. Y si es absurda la pregunta, mas irrisorias son las respuestas. La “gente “dice, la torre de Pisa, la torre Eiffel o barbaridades por el estilo. Evidentemente los que llaman no son el público. Yo me imagino a veces, al camarero del bar de la esquina de la emisora, y que va repartir unos cafés, y le sugiera uno de la emisora que responda como si fuera un televidente, también lo harán la señora de la limpieza o con el primo lejano de presentador. Lo más sorprendente la cara, la cara dura, que ponen los presentadores.
Claro que para concurso absurdo es el que os voy a relatar a continuación. No por su pregunta sino por su premio. Esta anécdota le ocurrió a una tía de mi cuñada.
Sería a mediados de los años 60, cuando en la radio había numerosos concursos. En la radio sevillana existía el viejo reto de averiguar una canción que en ese momento se oía en la frecuencia. La tía de mi cuñada, que estaba haciendo un gazpachito mientras oía la radio, adivinó al momento el título de la canción del nombrado concurso. Inmediatamente marcó el número de la emisora, con tanta suerte que entró en antena. Efectivamente acertó la pregunta, pero la sorpresa vino después, cuando preguntó la señora cual era el premio a recibir.
El locutor con entusiasmo, le exclamo desde las ondas:
-“Ha ganado usted todas “Las Caseras” que pueda contener un camión”.
La señora con la respuesta se quedo francamente preocupada. ¿Qué podría hacer ella con trescientas o cuatrocientas gaseosas?
Realmente el problema vino a la hora de recibir el premio, porque antiguamente los envases de esta gaseosa no eran desechables. Cuando uno iba a comprar una Casera anteriormente debía entregar en la tienda correspondiente la botella vacía de otra anterior Casera, o sea el casco , como se decía. O sea que la señora había ganado el líquido de las botellas pero no su envase.
Si difícil era no saber qué hacer con 300 botellas, mas difícil era solo quedarse con el líquido. Ya que esta al ser una bebida con gas tampoco se podría guardar mucho tiempo sin consumirlo.
Pues la buena señora al ver que no podría conservar intacto su preciado premio, no se le ocurrió mejor idea que compartir este con todo su barrio.
A partid de ahora, nos podemos imaginar esta graciosa escena. Un camión repleto de botellas de gaseosas en una plaza de cualquier barrio de Sevilla, mientras alrededor se distribuyen formando colas numerosas personas acompañadas con mil y un cacharros de cocina para depositar allí el regalado líquido. Todo el barrio fue, con cacerolas, ollas, cazos, sartenes y cien objetos más para que le vaciaran los litros de esta gaseosa. Supongo que en estos días el barrio estuvo repleto de una lluvia de divertidas burbujitas.
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