Siempre me ha gustado la música. He tenido la suerte de poder contar desde muy pequeño con algún aparato que me reprodujera esta. En principio, fue un estupendo tocadisco, que me regaló mi padre cuando era pequeño. ¡El mejor regalo del mundo! El único inconveniente que tenía a veces, es que de vez en cuando te gastaba una mala pasada arreándote algún que otro calambrazo. Yo mi niñez siempre la recuerdo sembrada de calambrazos. El frigorífico, la lavadora, la televisión, todo aparato cuando menos te lo esperaba te lanzaban esta desagradable caricia.
Las niños de aquella época solo teníamos unos cuantos discos. Veinte o treinta como máximo. La mayoría eran singles, con su cara A y su cara B. Los LP no eran muy usuales, y hasta me parecían chocantes. Casi nunca las primeras canciones de estos se podían oír, la aguja del tocadiscos saltaba y saltaba y cuando te dabas cuenta ya iba por la tercera canción. Unos, los singles se escuchaban a 45 revoluciones por minutos, mientras los LP eran a cicuenta y cinco.
Los humanos tendemos a simplificar aquellas palabras o frases que nos parecen demasiado largas o complicadas. Por ejemplo, si ibas a la casa de tu tía y si alguien por el camino te preguntaba a donde ibas, no recurría a la susodicha frase, que era larga y cansina, sino que para no perder tiempo, exclamabas rápidamente: “ Voy ancá mi tía”. ¡Lo ven que fácil y práctico!
Yo tenía un amigo que también empleaba este sistema cuando se trataba de poner un disco. A él lo de revoluciones por minutos le resultaba excesivamente longevo. Para simplificar esto, se inventó la palabra rapidímetro, que bien vista , es lógica, porque explica su finalidad, además de ligera de pronunciar.
A partir de ahora en toda nuestra comunidad de amigos, los discos no iban a 45 o 55 revoluciones por minutos, sino a 45 o 55 rapidímetros. Práctico .No?
Estaba yo en estas reformas del lenguaje cuando un día en clase de ciencias naturales me sacaron a la pizarra a resolver el típico problemita en que debía aplicar los conceptos de las revoluciones por minuto.
Creo que fue uno de los mejores ejercicios, en público, que he realizado en mi vida. Cuando llegué a la finalizacion de este, el profesor, un sujeto de no muy buenas pulgas y poco dado a la sonrisa, me pregunto cuál era el resultado. Ni corto ni perezoso, mi respuesta fue: “El objeto va a 67 rapidímetro”.
-¿Cómo? Pregunto el profesor con cara de sorprendido.
-Pues está muy claro profe. 67 rapidímetro ,r.p.m.
-El profe ante tal ocurrencia y tal rotundidad en mi afirmación no pudo hacer otra cosa que sonreír. Fue la primera vez en mi vida que a este rudo profesor se le descubrió algo de humano.
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