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sábado, 19 de septiembre de 2009

una de dentadura


Cuando tenía unos diez años, me rompí dos dientes, concretamente las paletas superiores. Fue en una noche tonta de verano, mientras jugaba al pichar en el campo de mis tíos. Como ya había mudado los dientes no tuve más remedio que continuar mellado durante bastante tiempo, porque también era demasiado pequeño para tener dentadura.

A partir de entonces el dolor de dientes para mí fue una constancia durante bastantes años. Decenas de noche pasé sufriendo por este motivo. Cuando ya pude ponerme una dentadura, fue a un dentista que había en mi pueblo, un señor algo temeroso para ser dentista.

Recuerdo la primera vez que me dirigí a su consulta. El buen señor dudaba si extraerme los pedazos de paleta que me quedaban. Ya sabemos todo que ir al dentista no es nada agradable, y que uno duda mucho en ir, pero lo que no es normal que el que dude sea el dentista.

Estaba yo situado de pie delante del doctor, mientras este tenía el siguiente diálogo.:”Saco los dientes, no saco los dientes”. Su inquietud la estaba expresando en voz alta y yo enterándome de sus intenciones. Así se llevo el sacamuelas durante varios minutos. Que si, que si no. A todo estos mi miedo acrecentándose. De pronto anunció el veredicto. Aún era demasiado joven para extraerme los dientes. Cuando tomó la decisión yo ya estaba en el suelto desmayado por el efecto de la tensión.

La próxima vez que me citaron para ir al dentista, yo me escapé. Salí corriendo y no paré hasta perder el pueblo de vista.

Con el paso del tiempo me coloraron una dentadura postiza para tapar el hueco dejado por las paletas. Recuerdo ahora los días en que impartía clase en un instituto de Arahal.

Había ido a tomar un café con los compañeros de trabajo. Cuando regresaba por el patio del recreo del centro comenzó a llover, no tuve más remedio que salir corriendo, con tan mala suerte que la dentadura se salió de la boca y llegó a chocar contra un muro del centro. Los alumnos al oír el ruido preguntaron que ello a que era debido, les dije que a una piedra que había arrastrado en mi carrera. Mientras tanto yo, muy cucamente recogí mis desperdigados dientes postizos. Que por cierto se rompieron.

Al rato le tuve que pedir permiso al profesor para poderme marchar a mi casa. Hubiera sido víctima de las bromas de los alumnos si hubiera impartido una clase mellado. Sobre todo por la pronunciación.

En fin, yo no sé si en boca cerrada no entran mosca, pero desde luego con la boca abierta se te pueden escapar los dientes.

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