bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

sábado, 7 de noviembre de 2009

la sesión infantil


Cuando yo era pequeño era usual en mi pueblo, el domingo a las cuatro de la tarde proyectarse una sesión infantil de cine. Enormes eran las colas que se formaban alrededor del viejo cine Goya. Los niños se peleaban por ser los primeros en entrar.
Mientras, en los alrededores, se concentraban numerosos vendedores de golosinas. Me viene al recuerdo, sobre todo, la señora que vendía unas enormes manzanas recubiertas de caramelos, rojas, rojas como la de Blancanieves. Esta misma señora era la que en otros días de la semana vendía castañas asadas cerca del mercado de abasto. Siempre admiré como se sobreponía a todos los accidentes climatológicos. Ni la lluvia, ni el viendo impedía que la buena señora acudiera a su cita diaria.
Cuando abrían las puertas del cine, los niños se peleaban por entrar los primeros. Una inmensa algarabía de críos se entrecruzaban, gritaban y corrían en dirección a la pantalla cual toros en los San Fermín es. Y aunque parezca extraño todos pretendían ocupar la primera fila.
Normalmente la película era de vaquero o de romanos. Y cuando la escena se animaba por una elevada acción, era usual que los críos acompañaran con palmas y zapatazos el perseguir del 7º de caballería a los indios. Esta escena me lleva a recordar a otra parecida de una de mis mejores películas, Cinema Paradiso.
De vez en cuando, y gracia o desgracias a la tecnología, la película se desenfocaba o se paraba en algún encuadre. Y todos en coro, gritaban fuertemente a la vez: “Bizco”. Es así como llamaban al encargado de proyectar el film , por no tener precisamente una hermosa mirada. Y el bizco como gran profesional que era, arreglaba al momento el desaguisado y las palmas, los aplausos y los zapatazos volvían a inundar la sesión infantil del domingo. Cine de magia, tiempo de imaginación

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