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Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
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Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

lunes, 23 de agosto de 2010

con ruedas y a lo loco - terroríficas vacaciones en el lejano oeste 4ª parte


Continuando con las anécdotas que nos contaron en el café, recuerdo ahora una más terrorífica aún. Nos relataban nuestros improvisados amigos que en años anteriores solían acudir a esta especial cita veraniega una joven muchacha, la cual tenía bastante limitado el movimiento de sus piernas, por lo solía estar sentada en una sillita de ruedas.
Aunque la mayoría de su tiempo se encontraba postrada en este insólito vehículo, ella no se resignaba a él. A menudo intentaba andar por sus propios pies. Como la muchacha era muy animosa se apuntaba a la mayoría de los paseos proyectado por el resto del grupo. Y como además de animosa también era muy presumida, no quería vislumbrar su paseo desde su silla de rueda.
Cada vez que alguien proponía acercarse a la playa cercana, que estaba situada a unos 300 metros, la díscola muchacha era la primera en apuntarse. Los demás en este sentido no tenían ningún reparo en que los acompañara, pero siempre le insistían en que fuera en su silla de rueda.
Ella insistía una y mil veces que no, que podría hacer el paseo por sus propios pies. Y los otros le replicaban que siempre le ocurría lo mismo, que a los pocos metros uno de los acompañantes tendría que llevarla en brazo ante la imposibilidad de continuar su camino a pies.
En varias ocasiones ocurrió este caso. Siempre la joven muchacha terminaba en los regazos de algún fornido muchacho, que desesperado y cansado de su peso tenía que pasearla por el pueblo.
En este día que ahora recuerdo, la muchacha de nuevo empleó su táctica. Se le oía gritar .¡Que si, que yo puedo andando! .¡Que yo puedo andando!. El resto de los compañeros aceptó de mala gana su propuesta.
Cuando ya el grupo llevaba unos 400 metros recorridos, la muchacha empezó a dar síntomas de cansancio. ¡Pararos que no puedo continuar!. Repetía una y otra vez.
La marcha del grupo cada vez era más lenta, mientras estos le recriminaban a nuestro primer personaje el que no se hubiera traído su silla de rueda.
Tan hastiado y cansado quedaron de la situación, que no se le ocurrió mejor idea que introducir a la muchacha en un contenedor de basura de esos que tienen rueda, y lanzarla dentro de él por la única cuesta que había en todo el poblado.
Mientras contaban esta historia nuestro peculiar grupo de tertulianos, expresaban su energúmena ocurrencia con palmas y gritos de satisfacción. Desde aquel momento tuvimos claro mi amigo y yo, que era un grupo al que se le podían gastar muy pocas, muy poquitas bromas.

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