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Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

jueves, 12 de agosto de 2010

¡Hola don Pepito ! . Terroríficas vacaciones en el lejano oeste - 2º parte


Querido lector si quieres enterarte de algo de esta historia , irremediablemente tendrás que leer la entrada anterior. ¡Lo siento!. Pero quizás te merezca la pena.
Después de dormir en una incómoda litera situada en un aula de un instituto de enseñanza, ocupada a la vez por unas veinte literas más, por fin amaneció. Nosotros esperábamos oír el sonido agradable y campestre de un gallo al amanecer, o como mínimo el lejano gruñir de la bocina de un barco costero. Cual sería nuestra sorpresa, que al sonar las ocho en punto de la mañana lo primero que oimos es la veraniega canción de María Isabel. Esa que en su extraño estribillo reivindica que se coja su sombrero y se lo ponga, y se vaya a la playa que calienta el sol. Chiribiribí, poro pompón, chiribiribí poro pompón.
¿Díganme ustedes si no es un buen himno para espantar las lagañas?. Y tras esta ,un rayo de sol, la tómbola de Marisol, y la clásica Eva maría se fue. ¡Una extremada experiencia para tan temprana hora! . Comprendo que lo que pretendían los monitores era despertarnos con optimismo, pero eso más bien la exaltación de la mala leche.
Tras reponernos de las estruendosas melodías, poco a poco todo el personal que habitaba la “habitación” se fue reincorporando y restaurando. Digo restaurando, ya que al ser un aula ocupada por un par de decenas de tullidos, cada uno fue colocándose la prótesis que le era necesaria. El de al lado un brazo, otro una pierna, el de mas allá un faja ortopédica, en fin hasta completar el puzzle que era esa persona al completo. Y aunque uno se ha llevado años en un hospital acudiendo diariamente a rehabilitación, y había visto casi todo tipo de añadidos humanos, así como de pronto, tanta gente maqueándose no causaba tan buena impresión.
Desayunamos todos juntos en el gimnasio del instituto, esta vez, acondicionado como un gran comedor y nos anunciaron al grupo que en este día visitaríamos la famosa playa de San José. ¡Parecía que el día prometía!
Al poco tiempo ya estábamos todo el personal ocupando los asientos del autobús que nos llevaría a aquel idílico lugar. Y como hay gente que no descansa en su ímpetu de dar ánimo, pues nada mas comenzada la marcha otra vez se nos vino encima una estruendosa canción. Estas eran aún más dañinas que las anteriores. ¿Intérpretes? .Gaby, Fofo y Miliki. ¡Casi nada!
Lo peor de todo no es que escucháramos estas conocidas canciones, sino que los monitores del grupo nos obligaban a cantarlas. Allí estábamos casi escondidos detrás de unos del asiento del autobús, mi pobre amigo, casi acharado y yo perplejo ante el espectáculo que veía. Mientras los monitores nos jaleaban. ¡Esos sevillano, esos sevillanos!. ¡Que se vea la grasia!.
Mientras por los altavoces del autobús nos insistían esos famosos payasos: ¡Vamos de paseo! ¡Pi, pi, pi! ¡En un coche feo! ¡Pi, pi, pi! Pero no me importa porque llevo tortas.
¿Torta? Eso es lo que le hubiera dado yo a esos entusiastas monitores. Una buena torta a cada uno para que nos dejaran vivir de una vez. No contento estos con que cantáramos las canciones, también se propusieron que la acompañáramos con palmas, salto desde el asiento, y saludos al fondo sur. Ya saben eso tan del futbol como es: ¡Hola fondo norte! ¡Hola fondo sur!.
Menos mal que la distancia entre el cabo de Gata y la playa de San José no es demasiada. Porque dos minutos más haciendo el ridículo y mi autoestima se hubiera evaporado para siempre.
Al llegar a la arena de la playa, los monitores se proponían que todos nos bañáramos en corro. ¡Eso dije yo, ahora sí que corro! Pero al más próximo chiringuito a hartarme de cerveza y olvidar esa insoportable vergüenza que habíamos soportado.

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