Si había algún momento extremadamente ridículo en aquel lugar era cuando nos servían la comida. Imaginaros unos 90 personas todas sentadas alrededor de varias mesas dispuestas en filas, formando todas ellas un semicírculo. De pronto los voluntarios en aquella especie de ONG de minusválidos, comenzaban a depositar sobre los platos de los comensales la comida que correspondía al primer plato. Cuando esta tarea acababa desde el principio de la fila se comenzaba a hacer la ola, esa misma que se practica en los campos de futbol. Servían el segundo plato y exactamente igual. Daba lo mismo que en ese momento estuvieras apurando el primero. Y así continuamente hasta el postre.
Este rito se repetía también en el desayuno y en la cena. Como verán ni comer nos dejaban tranquilo. Yo me sentía tan ridículo cuando en una de estas tenía que levantarme de la silla, extender los brazos, mientras los espaguetis que devoraba se extendían por mi veraniega camiseta.
Entre esta acciones, los bailes del autobús, la “simpática experiencia de la botellita”, y las anécdotas tan crueles que nos contaban, no nos quedó otra solución que irnos distanciando poco a poco del grupo y ellos lo percibían. A partir de entonces comenzó un acose y derribo hacia nosotros, mi amigo y yo. Comenzaron por no sentarse a nuestro lado a comer hasta terminar por ignorarnos el saludo. Y lo peor del todo, es quienes nos depositaban un trato más despectivo eran los monitores.
Parecía que para formar parte del grupo uno debería de carecer de autonomía propia, ser experto en gilopolleces y hacer en grupo las cosas más absurda que se pueden imaginar. Ante esto, mi amigo y yo nos negábamos en rotundo. Y por tanto recibimos nuestro castigo.
De los momentos peores que vivíamos era cuando tras nuestros autónomos paseos regresábamos al recinto, y para penetrar en el, antes había que transitar por un porche ocupado tanto a la izquierda como a la derecha, por varios miembros de los habitante de aquel “hotelito”. Eran realmente acusadoras sus miradas. Miradas que nos nombraban herejes, que nos hacían sentir rechazado por un grupo de locos.
Entre otros motivos por lo que nos vimos excluidos , estaba motivado por una de las muchachas del grupo que iba acompañando a su hermano al lugar, que ese si poseía una tremenda minusvalía. Era un mozarrón, enorme, de unos 35 años de edad y pecho lobo. Para desgracia del chaval su mente era la de un niño de un año. Casi no reaccionaba a ningún estímulo. Solo solía llorar y reír eternamente sentado en su silla de rueda. En el único momento que reaccionaba de alguna manera, es cuando le hacían cosquillas en los pies. Y así emitía una estridente risa.
Una y otras vez se empeñaba el resto del grupo en que le hiciéramos este gesto con nuestros dedos. Pero aunque el grueso chaval movía a la ternura, no por ello dejaba de poseer de pies un 44. Unos pies peludos y sudados que no invitaba a explorarlo. Desde nuestra negativa, ya tuvieron un motivo más para deplorarnos.
Nuestro estado de ánimo bajaba por momentos, para colmo ese día nos fuimos todo a un chiringuito a la playa. Y sorprendentemente mientras mi amigo y yo nos encontrábamos en ese lugar en una mesa algo apartada del grupo, dos miembros de este se sentaron con nosotros.
En los primeros momentos la conversación trato de temas de lo más vulgares, e incluso el trato de estos dos compañero era bastante agradable y correcto. Fue hasta el momento de pedir las tapas cuando uno de ellos se le ocurrió preguntarnos: ¿Vosotros os afeitáis con maquinilla o con cuchilla? . Cada uno dimos la respuesta conveniente. Al rato, cuando volvieron trayendo las tapas nos volvió a hacer la misma pregunta, cosa que nos extrañó. Volvimos a pedir otras cervezas y de nuevo la misma pregunta, pero ahora señalándose su pescuezo como si poco a poco se fuera degollando este. Así estuvimos por lo menos media hora, los otros restantes contertulios hablando de cosas vánales, y el haciendo la dichosa preguntita una y otra vez. Unas quince veces una misma pregunta tan peculiar, la verdad es que te acojona. Y así salimos, casi corriendo por patas después de pagar la cuenta.
¡Ya no podíamos más! .Tomamos la firme decisión de marcharnos de aquel lugar lo más pronto posible. Hicimos las maletas y mientras por el retrovisor veía como se distanciaba aquel extraño lugar, la angustia iba desapareciendo poco a poco.
Al día siguiente, ya instalados en un hotel de Almería capital, decidimos hacer una excursión al bello pueblo de Nijar. Mientras recorríamos y disfrutábamos de sus blancas calles, a lo lejos vislumbramos unas recordadas siluetas, un grupo formado por unas 40 personas y entre ellas varios acomodados en sillas de ruedas. Fue vista esta estampa y salir pitando. ¡Nunca en mi vida he tenido tantas pesadillas con este rodado vehículo!.
Yo comprendo que ser discapacitado tiene sus limitaciones, yo mismo lo soy. Pero no su pueden tratar a estas personas como un rebaño de cordero, sumiso e idiotalizado. Siguiendo unas normas que mas de ONG son de sectas.
Anecdotario. Blog divertido y desenfadado de Curro Gutiérrez Vargas basado en anécdotas reales.
bienvenidos
Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.
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