bienvenidos

Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

martes, 20 de noviembre de 2012

Me gusta cuando llamas



Recuerdo aquellos calurosos mediodías, ya sobre el mes de junio. Recién comido y casi reventado de tanto trabajo ingrato, cuando tú, con esa vocecita casi irreconocible, posiblemente allende los mares, me despertabas sorprendentemente en mis primeros minutos de siestas.
Recuerdo como en aquellos momento mientras tú me recitabas el nombre de la empresa por lo que me anhelabas, yo airadamente me acordaba de tus antepasados, que queda más fino que decir tus muertos.
Cuanta ira inútil porque tú no eras rencoroso y volvías a llamar a los pocos días. ¡Que tesón! ¡Que coñazo! Casi siempre cuando más molestabas. ¿Lo hacías adrede? Claro que si te insultaba tú altivamente golpeaba a mi conciencia diciéndome que eras un trabajador, como si yo fuera un especulador inmobiliario.
En fin, pero todo pasa y todo queda. ¿A ti también te fastidian Serrat? Bueno, yo creo que lo nuestro no es más que pasar, cosa que no te dejan. Lo nuestro es transformarse, sacar lo bueno de la vida.
Ahora ya no solo no detesto que me llames sino que además disfruto con ello. Gracias a ti, mis registros de actor van ampliándose. Porque un día soy un abuelo con alzhéimer, otro un locuelo jovenzuelo algo desequilibrado. En la última llamada un amigo gorrón y así poquito a poco mi repertorio se amplia. Mi  tono de voz se enriquece, cada vez vocalizo mejor.

   
 Me queda hacer de niño y de niña, de sacerdote, vendedor de seguro, para contraatacar y de decenas de cosas más. Además gracias a tus llamadas y de otros tan pesado y pesada como tú, ya sé que alguien se acuerda de mí. Como yo de ti cuando me pilla en la siesta.
El otro día te echaba tanto de menos, que sin pensarlo mucho, me lancé a la calle, a eso de las cuatro de la tarde. ¡ La hora bonita ¡. Y aunque costó trabajo, logré encontrar una cabina de teléfono para marcar el número desde donde me haces tan agradables llamada. ¡Que pena no logré localizarte! Te dejé un mensajito: Dadle recuerdo al tío que todas las tardes me estropea la siesta.  Por cierto, que a nadie se le ocurra imitar mi actitud, no vaya a ser que arruinemos a esas preocupadas empresas que tanto se acuerdan de nosotros.

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