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Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

domingo, 2 de agosto de 2009

Hasta la muerte tiene su gracia


Hace algunos años en un pueblo cercano al mío se murió una señora ya mayor. La cual había sido soltera, y por lo tanto no tenía familia muy cercana, solamente una sobrina que vivía en Burgos.
Cuando la señora falleció dejó perfectamente detallado como tenía que ser su entierro. Las coronas de flores que debía de llevar, el tipo de ataúd que prefería y hasta lo que debería decir el párroco en su funeral.
Como la señora era muy detallista y llevaba años preparando este momento, también dejó escrito en su testamento como tendría que ir vestida dentro de su ataúd. En el citado texto añadía esta cláusula:”Colocarme como mortaja el vestido que se encuentra en el altillo del armario de mi habitación".
Como la sobrina vivía lejos y aún tardaría unas horas en llegar al pueblo para el funeral, decidió llamar a una vecina para que cumpliera la voluntad de la difunta. Le insistió que buscara el traje que había señalado la muerta y que se lo colocara como mortaja.
La pobre mujer fue a la casa de la difunta, rebuscó en el armario y después de encontrar el traje señalado se dispuso a colocárselo a la muerta. A ella le extrañaba el tipo de vestido que había escogido la difunta, pero como la muerta siempre había sido algo especial, pues tampoco se preocupó demasiado.
Al cabo de un par de hora la sobrina de la difunta se presentó en casa de su tía. Antes llamó a la vecina para que la dirigiera a donde había colocado el cadáver. Mientras se ivan al lugar tuvieron el siguiente diálogo.
_ ¿Has encargado las coronas que te pedí?- dijo la sobrina
-Por supuesto, y también he hablado con el párroco- Se explico la vecina
-¿Y has vestido a la muerta como ella dispuso?- Le interrogó de nuevo la parienta de la finada
-Claro, aunque me parece un poco rarito los deseos de tu tía. ¡Pero hija tú ya sabes lo especial que era pa to! – Sugirió la vecina
-¿Raro? ¿Raro porque?- dijo la sobrina
-¡Pues ya lo verás hija mía!- exclamó la vecina.
De pronto abrieron la puerta del salón donde se encontraba el ataúd con la difunta. Y cual sería la sorpresa de la sobrina al ver a su tía ataviada de flamenca, con sus sarcillos y su peineta como complemento.
-¡Pero Dios míos! ¡Esto que es!- Exclamo con sorpresa la sobrina.
-¡Pues lo que tu me dijiste mi arma! Es lo que había en el ropero.- enunció la vecina
Como la vestimenta de la difunta no les convencía, volvieron a buscar por el ropero. Y allí encontraron una enorme bolsa con un cartel añadido. En letras grandes se podía leer : “Mortaja”. Dentro había un hábito de monjas de las madres mercedarias.
Por culpa de las prisas, la vecina no había tenido mejor idea que coger la primera bolsa que vio en el armario. Y en vez de vestir a la difunta de monja la vistió de flamenca.
A la vecina , ya acharada por la confusión, solo se le ocurrió exclamar la siguiente frase:
-¡Por lo menos una vez en la vida va con gracia!.



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