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Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
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viernes, 21 de agosto de 2009

Lola ding-dong


Cuando alquilas un piso, no solo es importante que este se encuentre en buenas condiciones sino que además debes procurar tener suerte con los vecinos. En mi vida de estudiantes disfruté o padecí diferentes pisos de alquileres. Este en que sucede la actual anécdota lo compartía con tres compañeros de carrera. Dos chicas, Lola y Esther, y el ya nombrado y peculiar personaje del gorrón.

El inmueble estaba situado en una de mas personales calles sevillana, la famosa calle Feria. Era un piso cuanto menos curioso. Amplio, con los techos altos. Poseíamos hasta un piano, y en el techo del salón para que pudiera llegar mas luz a este habían practicado un hueco en el suelo del piso superior, cubriendo este con ladrillos de cristal transparente. No era extraño mientras estábamos comiendo ver deslizarse los pies de nuestras vecinas por el hueco del techo. Además de estas vecinas, que eran dos señoras mayores muy encantadoras, y que anidaban en nuestros techos, en el tercer piso habitaba una inefable familia.

Nuestra cocina y nuestro cuarto de aseo estaban situados al lado de un patio que comunicaba los tres pisos.

Como suele suceder en esta edad en nuestro piso de estudiante reinaba la alegría y las ganas de bromas de las gentes jóvenes.

Un día una de nuestras compañeras entró al servicio y como nuestro colega el gorrón tenía mucha prisa para irse a la facultad, no se le ocurrió otra mejor manera que llamarle la atención que con estas palabras : “Ding-dong, dingo-dong. Señorita Lola, señorita Lola salga usted pronto que la esperan en recepción”. Su voz imitaba a los empleados del Corte Inglés cuando hablan por la megafonía del centro. Y como el cuarto de baño estaba situado cerca del patio interior estos sonidos fueron oídos por toda la comunidad.

Fue dicho esto, y estremecerse el cielo con la tierra. Oírse decenas improperios por varias voces diferentes, todas conjuntadas imitando a una jauría de perros furiosos. Al rato, y por el mismo patio cayeron varios ejemplares de periódicos en llamas. Realmente todo lo ocurrido nos parecía enormemente extraño, tanto los airados gritos como los peculiares envíos. No si por lo extrañados que estábamos o porque éramos nuevo en el barrio no le dimos demasiada importancia a lo ocurrido.

Al día siguiente mi amiga Esther y yo fuimos los primeros en marcharnos hacia la facultad. Al poco de salir del edificio nos paró un grueso y áspero y fornido hombrecillo, cuya nariz colorada denunciaba su fuerte apego al cazalla, al lado de él una pequeña replica de este, el hijo del coloradillo.

Nos paró bruscamente y nos preguntó si éramos los vecinos del primero. Yo le contesté que efectivamente. Al momento se convirtió en una auténtica fiera. Mientras con una mano nos señalaba inquisidora mente con la otra se tocaba sus partes más ocultas, o sea los huevos, para que vamos a andar nos con eufemismos. Mientras nos inquiría con esta frase:

-“¿Con que Lola ding.dong? Lola ding-dong”

Toda la calle Feria postró su mirada sobre nosotros, y estas no eran especialmente agradables.

El hombre continuó con su cantinela durante un buen rato, mientras su hijo, a su lado, le animaba expresándose de esta manera.

-“Muy bien opaito, así se habla”.

Nosotros no comprendíamos porque el irritado señor se mostraba de esa manera, y como no veíamos que fuera el mejor momento de discutir, decidimos marcharnos de nuevo a nuestra vivienda.

Llegamos a ella bastante preocupados y confundidos. Inmediatamente le comentamos el desagradable suceso a nuestros otros dos compañeros. Decidimos entre todo ir lo más pronto posible hablar con los dueños de nuestro piso, para ver qué tipo de animales teníamos por vecinos.

Esa misma tarde concertamos una cita con nuestro casero. Les expusimos detalladamente nuestro suceso. Y esta fue la explicación que nos dio.

Nos explico que nuestros vecinos lo formaba una familia tremendamente peculiar. Por lo visto, la señora de la casa se llamaba Lola, como nuestra compañera. Y solían decirle a la parte femenina más íntima el ding-dong.

Hablando claramente. Ellos habían interpretado que la intención mi compañero de mi piso con su broma era la siguiente: “Vecina sal que te vamos a ver el coño”. ¡Valientes mentes más retorcidas ¡

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