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Bienvenidos aquellos que saben valorar una sonrisa. Bienvenido los que saben sobrellevar con humor los problemas. Los que saludan por la calle. Los que saben disfrutar de un rato de charla.
Bienvenido los que saben dialogar y respetar al contrario. Bienvenidos los que defienden sus pensamiento, sus deseos y sus locuras siendo tolerantes.
Bienvenidos los que saben reirse de si mismo y los que saben encontrar algo positivo en un mal momento. Los que disfrutan del mar y de la cervecita, de la compañía de los amigos y de la libertad de ser cada uno diferente pero iguales.
Bienvenido al fín, todo aquel que sepa aprovechar el don de la vida.

sábado, 1 de agosto de 2009

cuidado con las tortugas


Hace algunos años cuando en las casas no había aire acondicionado, el calor se combatía de mil maneras distintas. Desde abrir todas las ventanas de la vivienda cuando llegaba la noche, hasta el típico abanico.
Lo más insufrible del calor en Andalucía no son los días, sino esas noches espesas y soporíferas que te impiden conciliar el sueño. En mi familia teníamos como remedio nocturno, cuando llegaba la noche, el coger todos los colchones y extenderlos sobre el suelo de la azotea.
Ciento de veces hemos dormido así, un colchón al lado del otro mientras el cielo estrellado cubría nuestras cabezas.
Era realmente divertido pues hasta que llegaba el sueño contábamos miles de historias. Historias de miedo, divertidas. Hasta nos permitíamos jugar a adivinar donde estaba la osa mayor.
En estos días de calor, mi padre se encontró una tortuga en las tierras que el cultivaba, y como a mi madre siempre le han gustado los animales se la trajo a casa. La tortuga, supongo yo que eso era, porque nunca he entendido muchos de animales, y bien podría haber sido una galápago, la tortuga era enorme, del tamaño de la palma de la mano de un hombre ya maduro. Su caparazón aparecía dañado en un lateral y como principal característica se le dotaba la pérdida de un ojo.
La tortuga la depositamos en la azotea, para que así tuviera espacio suficiente para que pudiera desplazarse a sus anchas.
Un día cuando me encontraba tumbado sobre mi colchón y solo en la azotea de mi casa ,combatiendo el calor nocturno, a eso ya de las doce de la noche. Vi a la tortuga como me miraba fijamente a unos cinco metros de mí. De pronto salió corriendo hacia mi dirección. Llego a la altura de mi pie derecho, abrió una enorme y asquerosa boca y me dio un bocado.
No fue tanto el dolor que me provocó este animal lo que me llamó a atención, sino la rapidez de la tortuga y sobretodo como aquel animal tan pequeño podía tener tan descomunal bocal. Y como esta era repulsivamente asquerosa.
Al día siguiente se lo conté a toda mi familia, pero nadie me creía. La risa fue el mayor indicio de su incredulidad,
Al cabo de unos días nos cansamos de la repugnante tortuga y se la dimos a un amigo que vivía en el campo.
Pasado el tiempo le preguntamos nuestro amigo por el animal. Nos contó un caso parecido al mío. Un día en que se encontraba tranquilamente sentado, de pronto la tortuga marcó una velocidad de vértigo y se dirigió a su mano y le mordió. En un ataque de rabia, el buen señor cogió la tortuga y la lanzo lo más lejos posible, perdiéndose de nuevo esta por el cercano campo.
Eso si, al igual que yo, volvió a recalcar lo enorme que tenía la boca el animal, lo repulsiva que era esta y sobre todo la mala leche que se gastaba el bichito.

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