Hoy he vuelto a Sevilla, la ciudad donde vivo en estos últimos meses. Después de deshacer el equipaje , almorzar y tomarme una reconfortante siestecita, decidí que me apetecía ir al cine. Pero me daba miedo bajar a la calle. Y no era por el aire irrespirable que se percibía. Ni porque temía dejarme las suelas de mis zapatillas derretidas sobre el asfalto. Ni siquiera porque un sol justiciero y abrazador pudiera hacerme sentir como una lasaña en el microonda.
No era por nada de esto sino porque pensaba que las calles, las avenidas y plazas estarían llenas de gentes. Gentes que no me dejarían ni siquiera caminar. Miles de ciudadanos de otras provincias.
¿Qué porque pienso esto? Pues verás, cada vez que digo fuera de esta ciudad que soy de aquí, todo el mundo me dice que en Sevilla hace mucho calor, que es horroroso como calienta el Lorenzo. Que ellos han estado tal día de julio o de agosto aquí. ¡ Mi arma no tienes otro diita pa venir !.
Claro y como todas estas gente no se les ocurre mejor idea venir en estos días, no en los otros diez meses en que tenemos unas temperaturas estupendas, yo pensaba que las calles estaban repletas de forasteros. No sé porque vendrán siempre en esta fecha. ¿Será para comprobar que hay vida más allá de los cuarenta grados?
En fin, que al final lleno de valor decidí ir al cine. De pronto, cuando cruzaba el semáforo que hay en la calle Luis Montoto, frente al Cortes Inglés de Nervión, se me cruzó un ciclista. Un señor de aproximadamente cincuenta años y perfectamente equipado con la indumentaria del deporte de Indurain .
Se paró un momento, miro al rejoj-termómetro que estaba en la portada del centro comercial, y vió la temperatura que marcaba. A continuación exclamo con cierta rabia: “Cuarenta grados, y una mierda, por lo menos cincuenta”. A mí solo me quedó reflexionar como el título de esta crónica: ¡Cada vez quedan menos creyentes!
No era por nada de esto sino porque pensaba que las calles, las avenidas y plazas estarían llenas de gentes. Gentes que no me dejarían ni siquiera caminar. Miles de ciudadanos de otras provincias.
¿Qué porque pienso esto? Pues verás, cada vez que digo fuera de esta ciudad que soy de aquí, todo el mundo me dice que en Sevilla hace mucho calor, que es horroroso como calienta el Lorenzo. Que ellos han estado tal día de julio o de agosto aquí. ¡ Mi arma no tienes otro diita pa venir !.
Claro y como todas estas gente no se les ocurre mejor idea venir en estos días, no en los otros diez meses en que tenemos unas temperaturas estupendas, yo pensaba que las calles estaban repletas de forasteros. No sé porque vendrán siempre en esta fecha. ¿Será para comprobar que hay vida más allá de los cuarenta grados?
En fin, que al final lleno de valor decidí ir al cine. De pronto, cuando cruzaba el semáforo que hay en la calle Luis Montoto, frente al Cortes Inglés de Nervión, se me cruzó un ciclista. Un señor de aproximadamente cincuenta años y perfectamente equipado con la indumentaria del deporte de Indurain .
Se paró un momento, miro al rejoj-termómetro que estaba en la portada del centro comercial, y vió la temperatura que marcaba. A continuación exclamo con cierta rabia: “Cuarenta grados, y una mierda, por lo menos cincuenta”. A mí solo me quedó reflexionar como el título de esta crónica: ¡Cada vez quedan menos creyentes!
picha, güérvete a Cái, q akí jase musho caló
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