Mientras realizaba mi carrera de Bellas Artes habité en bastantes pisos de Sevilla. Durante este tiempo yo compartía piso con dos de mis mejores amigos, Paco y Manolo, el resto de los habitantes del piso iban modificándose a lo largo de los años.
Durante este periodo tuvimos tres pisos a compartir. El primero en la calle San Felipe. Un apartamento pequeñito pero acogedor aunque demasiado oscuro. El segundo cerca del puente de Triana y el tercero, y definitivo, en la calle María Auxiliadora. A este me referiré en esta ocasión.
Este piso era bastante grande. Constaba de cuatro habitaciones, dos salones, cuarto de baño y cocina. Era un piso antiguo, bonito, pero en un estado no demasiado bueno. Tres de sus balcones daban a la avenida de María Auxiliadora, por lo que era ruidoso.
Sus techos eran tan altos que una amiga nuestra decía que no tenían ni atmósfera. La verdad que era un piso digno de inspirar a estudiantes de Bellas Artes.
La dueña del piso se había reservado una habitación. Esta estaba repleta de muñecas, trajes de flamenca, libros y todos lo cachivaches posibles que uno puede recopilar a lo largo de su vida y no necesita al momento .Por cierto, la dueña del piso en un primer momento se encontraba recluida en un psiquiátrico, por lo que el piso, en principio se lo contratamos a su madre. Cuando esta salió del internado solía visitarnos con asiduidad y por sorpresa. Solía aparecer con una amiga o con un amigo, entraba en su cuarto y se llevaba horas y horas allí con esa persona.
Una Semana Santa creyendo que los habitantes del inmueble nos habíamos ido de vacaciones a nuestro pueblo, se llevo a un compañero a pasar la noche allí. Sucedió, que uno de los habitantes habituales, Paco, no se había marchado. Pues imagínese querido lector, a Paco, por cierto, un personaje bastante corto de palabra y dotado de un exceso de timidez, despertándose a las tres de la mañana porque tenía sed. Decidió buscar el líquido elemento.
Se dirigió al frigorífico que estaba situado en la cocina. Medio dormido y medio sonámbulo encendió la luz de esta estancia. De ponto se sintió muy asustado. En esta misma cocina y abriendo la puerta del frigorífico se encontraba un extraño. Un ser de casi dos metros y negro, negro como el azabache. Sus ojos no daban crédito a lo que veía. Le explico el desconocido personaje los motivos de su estancia allí. Había llegado acompañado por la dueña del piso, creyendo esta que el inmueble estaba deshabitado, y se había quedado allí “a dormir con ella”. Menudo susto le dio el negrazo. Yo no sé si Paco pudo conciliar el sueño esa noche, pero seguro, seguro que se le quitaron las ganas de beber.
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