Mi amigo Luis era un tipo especialmente peculiar, el seguía creyendo que la fe mueve montañas. Durante un tiempo vivió un relación amorosa que lo marco el resto de su vida. Aunque al principio de esta relación todo fue perfecto, con el paso de los años, Lara, su novia se fue volviendo un ser déspota y carente de principios, pero mi amigo se resistía a abandonar ese amor. Ella una y otra vez procuraba hacerle todo el daño posible para que la dejara, pero el persistía en su fe, pensaba, que en el fondo aún Lara estaba enamorada de él. Se encontraba tan cierto y tan ciego en esta afirmación que busco uno y mil trucos para recuperar su amor, tanto que un día recurrió a un gurú, de estos que se anuncia en las revistas mas casposas. La respuesta de este nuevo brujo lejos de todo no estaba ausente de poco lógica, en principio le decía en sus cartas que sobretodo confiara en él, y que siendo así recuperaría el amor de Lara. También le añadía otro recomendación no tan cercana al sentido común .Le envió con la carta un sobrecito lleno de algo parecido a harina que todas las noches debía de guardar debajo de las sábanas después de recital una extraña oración. Juraba y perjuraba que esto haría conseguir el fin de mi amigo.
Como con el paso del tiempo estos estrafalarios intentos no daban sus frutos. El no desistió en su fe y en su empeño, y no se le ocurrió mejor cosa que comprarse el nuevo libro del adivino Rapel, que decía contener todos los sortilegios posibles para conseguir cualquier objetivo.
Pues siguiendo este manual continuó practicando su novata brujería. El libro además de dar varios consejo para conseguir el amor deseado, también poseía rituales para poder encontrar cualquier cosa que se hubiera perdido, mejorar con el reuma, conseguir que tu perro ladre menos y no se cuantas cosas mal.
En este tiempo también mi amigo, por problema con su dentadura aparecía con un enorme flemón en la boca. Y no se le ocurrió mejor cosa que recurrir al susodicho libro. Exactamente en uno de sus apartados sugería que hacer para evitar malas de dientes. Una oración a santa Rita, cuatro cabezazos contra la pared y problema solucionado.
Así se llevo durante un par de semana, y no solo el flemón disminuía además este se acrecentaba y engordaba con una enorme facilidad. Más añadido de que la cabeza de mi amigo parecía un bollo de tantos golpetazos que se tenía que dar contra la pared. A tal tamaño llegó el flemón que estuvo a punto de ahogarlo. Ya llevado por la lógica más que por la magia decidió ir al ambulatorio para que lo viera un médico. Al aparecer ante con tamaño bulto inmediatamente el doctor le recetó una serie de inyecciones para que se las aplicara lo mas presto posible.
Y aquí vemos a mi amigo comprado la recetada medicina y dispuesto a ir al practicante para que se las pusiera. Antes de hacer esto decidió pasarse por su casa y tomarse una buena ducha, pues era verano y entre el susto del flemón y la despiadada temperatura aparecía totalmente empapado de sudor.
Una vez dentro del baño se acordó que allí no tenía calzoncillo, por lo que llamó a su madre para que les llevara unos nuevos. Luis abrió un poco la puerta del baño y su madre por esa pequeña rendija le dio los nuevos calzoncillos.
Ya listo, limpio y vestido se dirigió raudo al antes citado ambulatorio. Cuando llego a este lugar le atendió un amable practicante. Le insinuó que pasara a su consulta para que le fuera puesta la milagrosa inyección. Así lo hizo mi amigo. El amable practicante continuó dispensándole una relajada conversación a mi amigo. De pronto le dijo que se bajara los pantalones, y fue hacer esto mi amigo e inmediatamente el practicante cambiar de carácter. Se volvió un ser mudo, seco y casi desagradable. Le extraño esto a Luis pero no le dio demasiada importancia.
Después de aplicada la inyección se marchó a descansar a su casa, ya era tarde y se disponía a acostarse. La inyección le había provocado demasiado sueño.
Volvió a entrar en el cuarto de baño para ponerse el pijama. Cuando en el espejo de este vio algo que le impacto bastante. Se había visto el mismo en el espejo, con sus nuevos calzoncillos. Pero cuál sería su sorpresa cuando descubrió que este calzoncillo se encontraba repleto de enormes agujeros. Tanto por delante como por atrás, aquello no erran unos gallumbos sino un colador. Diez o quince agujeros aparecían bien marcados en el susodicho tejido.
De repente llamo a su madre para que le diera explicaciones sobre los calzoncillos que le había aportado. La mujer se quedo tan extrañada como su hijo de que esta prenda estuviera en un estado tan deficiente como aparecía. Ambos no encontraban explicación a lo sucedido. De pronto descubrieron un nuevo reluciente y entero calzoncillo en lo alto de una silla próxima al baño. Por lo tanto estos eran los que se debía haberse puesto. ¿Pero de donde había aparecido el impresentable slip?
De repente, madre e hijo, descubrieron el motivo de esta incidencia. Al lado de la silla donde estaban los inmaculados calzoncillos, se encontraba una larga caña que su madre utilizaba junto a un trapo en el extremo, para quitar el polvo y las telarañas del techo. Mi amigo, en vez de ponerse, los calzoncillos nuevos, se había puesto el trapo viejo del polvo que usaba su madre para limpiar.
A la madre lo único que se le ocurrió decir es que menos mal que el practicante, al ser un sustituto, no era del pueblo, porque sino este año su hijo saldría en las letras del carnaval.
Como con el paso del tiempo estos estrafalarios intentos no daban sus frutos. El no desistió en su fe y en su empeño, y no se le ocurrió mejor cosa que comprarse el nuevo libro del adivino Rapel, que decía contener todos los sortilegios posibles para conseguir cualquier objetivo.
Pues siguiendo este manual continuó practicando su novata brujería. El libro además de dar varios consejo para conseguir el amor deseado, también poseía rituales para poder encontrar cualquier cosa que se hubiera perdido, mejorar con el reuma, conseguir que tu perro ladre menos y no se cuantas cosas mal.
En este tiempo también mi amigo, por problema con su dentadura aparecía con un enorme flemón en la boca. Y no se le ocurrió mejor cosa que recurrir al susodicho libro. Exactamente en uno de sus apartados sugería que hacer para evitar malas de dientes. Una oración a santa Rita, cuatro cabezazos contra la pared y problema solucionado.
Así se llevo durante un par de semana, y no solo el flemón disminuía además este se acrecentaba y engordaba con una enorme facilidad. Más añadido de que la cabeza de mi amigo parecía un bollo de tantos golpetazos que se tenía que dar contra la pared. A tal tamaño llegó el flemón que estuvo a punto de ahogarlo. Ya llevado por la lógica más que por la magia decidió ir al ambulatorio para que lo viera un médico. Al aparecer ante con tamaño bulto inmediatamente el doctor le recetó una serie de inyecciones para que se las aplicara lo mas presto posible.
Y aquí vemos a mi amigo comprado la recetada medicina y dispuesto a ir al practicante para que se las pusiera. Antes de hacer esto decidió pasarse por su casa y tomarse una buena ducha, pues era verano y entre el susto del flemón y la despiadada temperatura aparecía totalmente empapado de sudor.
Una vez dentro del baño se acordó que allí no tenía calzoncillo, por lo que llamó a su madre para que les llevara unos nuevos. Luis abrió un poco la puerta del baño y su madre por esa pequeña rendija le dio los nuevos calzoncillos.
Ya listo, limpio y vestido se dirigió raudo al antes citado ambulatorio. Cuando llego a este lugar le atendió un amable practicante. Le insinuó que pasara a su consulta para que le fuera puesta la milagrosa inyección. Así lo hizo mi amigo. El amable practicante continuó dispensándole una relajada conversación a mi amigo. De pronto le dijo que se bajara los pantalones, y fue hacer esto mi amigo e inmediatamente el practicante cambiar de carácter. Se volvió un ser mudo, seco y casi desagradable. Le extraño esto a Luis pero no le dio demasiada importancia.
Después de aplicada la inyección se marchó a descansar a su casa, ya era tarde y se disponía a acostarse. La inyección le había provocado demasiado sueño.
Volvió a entrar en el cuarto de baño para ponerse el pijama. Cuando en el espejo de este vio algo que le impacto bastante. Se había visto el mismo en el espejo, con sus nuevos calzoncillos. Pero cuál sería su sorpresa cuando descubrió que este calzoncillo se encontraba repleto de enormes agujeros. Tanto por delante como por atrás, aquello no erran unos gallumbos sino un colador. Diez o quince agujeros aparecían bien marcados en el susodicho tejido.
De repente llamo a su madre para que le diera explicaciones sobre los calzoncillos que le había aportado. La mujer se quedo tan extrañada como su hijo de que esta prenda estuviera en un estado tan deficiente como aparecía. Ambos no encontraban explicación a lo sucedido. De pronto descubrieron un nuevo reluciente y entero calzoncillo en lo alto de una silla próxima al baño. Por lo tanto estos eran los que se debía haberse puesto. ¿Pero de donde había aparecido el impresentable slip?
De repente, madre e hijo, descubrieron el motivo de esta incidencia. Al lado de la silla donde estaban los inmaculados calzoncillos, se encontraba una larga caña que su madre utilizaba junto a un trapo en el extremo, para quitar el polvo y las telarañas del techo. Mi amigo, en vez de ponerse, los calzoncillos nuevos, se había puesto el trapo viejo del polvo que usaba su madre para limpiar.
A la madre lo único que se le ocurrió decir es que menos mal que el practicante, al ser un sustituto, no era del pueblo, porque sino este año su hijo saldría en las letras del carnaval.
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